Documento con fecha Saturday, 03 de August de 2013. Publicado el Sunday, 04 de August de 2013.
Autor: Regina Martínez.Fuente: Tercera Información.
Tumulto. Confusión. Decenas de hombres se agolpan concéntricamente. El núcleo, apenas visible, es una mujer que está siendo agredida sexualmente por varios hombres. Enfrentamiento entre dos grupos: en uno, se turnan para violarla. En otro, quienes intentan arrancarla de los agresores son expulsados con violencia. Es la plaza Tahrir los días previos a la caída de Mursi, el horror en medio de la revuelta, tal y como hemos podido ver en diversos vídeos que captaron ataques sexuales similares a los de los últimos días.
Ante la angustia que provoca esta realidad —con más de un centenar de mujeres agredidas y violadas en una semana—, y el trato simplista o ausente en los medios de comunicación, nos preguntamos qué se esconde tras la violencia, por qué un proceso de lucha contiene tanta opresión y qué hacer para conseguir que las calles sean un espacio de combate para todas las personas. Cuando los acontecimientos políticos en Egipto son contradictorios y cambiantes (como analiza Sameh Naguib), dejar las agresiones sexuales en un segundo plano sólo muestra una vez más el poder invisibilizador y fulminante del sexismo.
Una historia de violencia
No es ninguna novedad. El régimen de Mubarak institucionalizó la violencia sexual como forma de tortura durante décadas. La Junta Militar —la mano negra y de hierro del poder egipcio— ideó los retorcidos “test de virginidad” con los que inspeccionaban las vaginas de las manifestantes sin su consentimiento, humillándolas con total impunidad y acusándolas de prostitución por acampar en Tahrir. Uno de los militares que alabaron en su momento tan macabra tortura fue Al Sisi, actual jefe del ejército y que el 3 de julio irrumpió con el golpe militar queriéndose apoderar de una revolución que sólo pertenece al pueblo. Sobre los llamados test, dijo que servían “para proteger a las chicas de violaciones y a los soldados de las acusaciones de violación” (como recuerda la siempre genial Olga Rodríguez). Las demandas de progreso y justicia social no vendrán de una calaña que un día masacra al pueblo y, al siguiente, se sube a los hombros de la revolución para desnucarla y poder, desde lo alto, apuntar de nuevo a la nuca del pueblo.
Con Mursi no ha sido diferente. Durante su mandato las agresiones se han incrementado y se ha denunciado el uso de grupos organizados, con una clara continuidad en la utilización de la sexualidad como arma contra las mujeres (como advierte Lali Sandiumenge). Tal y como hizo la Junta Militar, el gobierno de los Hermanos Musulmanes ha culpabilizado a las mujeres: el General Adel Afifi, del Consejo de la Shura, dijo que algunas mujeres violadas contribuyen al 100% al ponerse ante tales condiciones (léase, manifestarse).
Y he aquí el papel político de las agresiones sexuales: desprestigiar la revolución (juego con en el que se divierten comentaristas del mainstream occidentales, utilizando las agresiones para bestializar las protestas) y además hacer de la calle, y por tanto de la lucha, un espacio prohibido para las mujeres. Señalar las agresiones sin analizar qué hay detrás de ellas ni explicar el contexto de violencia sexual diario acaba identificando la revolución como el único espacio de la sociedad egipcia en el que hay sexismo, cuando en realidad, según un informe de la ONU de 2012, el 99’3% de las mujeres egipcias ha sufrido alguna vez acoso sexual en su vida diaria. Así lo muestra la fantástica película “El Cairo 678”, basada en casos reales y donde hay un ejemplo de turba que secuestra y agrede a una mujer en una “celebración”, como sucedería después en algunas de las movilizaciones en Tahrir.
La cara B
Mostrar únicamente las agresiones y no la lucha que desde 2012 se está llevando a cabo contra la violencia sexista presenta la imagen falsa de una sociedad egipcia homogénea y completamente machista, simplificación que parte en muchas ocasiones de la tan frecuente islamofobia. Y es que en Egipto se han organizado plataformas para luchar contra la violencia sexual, como son Tahrir Bodyguard o la OpAntiSH (Operación Anti Acoso Sexual), grupo que tiene como objetivo principal combatir las agresiones sexuales colectivas que enfrentan las mujeres durante las protestas (una breve explicación en este vídeo). OpAntiSH además aboga por la participación igualitaria de las mujeres sin tutelas y rechazan reforzar el papel de los hombres como protectores. Estas plataformas intervienen colectivamente en las plazas, dan apoyo a las mujeres agredidas y hacen llamamientos constantes a la involucración de individuos, organizaciones y partidos. Este ejemplo de lucha también está pasando en Tahrir, y si de hecho conocemos parte de las agresiones es gracias a la valentía y determinación de hombres y mujeres que están poniendo en el centro la cuestión de la violencia sexista, con los riesgos, también físicos, que implica.
Pero ¿quién está detrás de los ataques? Lo cierto es que hay bastante confusión y una admirable cautela por parte de las plataformas antiacoso para evitar la instrumentalización política de las agresiones. Diferentes ONGs creen que durante el régimen de Mubarak los agresores lo eran a sueldo y la sospecha de que se trata de grupos organizados que quieren romper las protestas parece tener cada vez más sentido, pues en determinados momentos no se han identificado casos de acoso. Como indicaría Gigi Ibrahim, activista egipcia de Socialistas Revolucionarios, durante los 18 días en que se derrocó a Mubarak no hubo agresiones (conocidas) en Tahrir y las mujeres dormían y vivían en la plaza; sin embargo y en determinados momentos, como los días previos a la caída de Mursi, se producen de una forma muy elevada y con patrones repetidos, sucediendo en los mismos sitios, a las mismas horas. Pero lo más importante es el porqué. Por qué hay, más allá del profundo sexismo retrógrado arraigado en la sociedad, una obsesión recurrente por parte de los poderosos, sean del matiz de gris que sean, de apartar a las mujeres egipcias de la revolución.
Mujeres al frente
Si aplicamos el lema “sin las mujeres no hay revolución” al caso de Egipto, podemos decir que nada hubiese sido igual sin las trabajadoras de las fábricas textiles de Mahalla, que fueron las huelguistas que encendieron la llama del proceso al grito de “Aquí estamos las mujeres, ¿dónde están los hombres”. Las sucesivas huelgas a partir de entonces serían claves para el levantamiento popular que desembocó en Tahrir en 2011. La activista feminista Mariam Kirollos indicaba que “aunque la situación sea realmente complicada, no debemos olvidar el empoderamiento que se ha producido”.
Pese a la represión, se han organizado manifestaciones masivas de mujeres, algo que, como indica de nuevo Gigi Ibrahim, no pasaba desde principios de siglo XX en Egipto. Y este es el peligro al que temen quienes sustentan el poder: las mujeres son un agente clave en el proceso. Muchas dan además un ejemplo de coraje brutal al denunciar públicamente las agresiones pese al dolor cometido y la estigmatización social.
De lo principal y lo secundario
Sin embargo, hay quien desde la izquierda trata las agresiones como algo secundario y anecdótico o con la chirriante cantarina de primero la revolución (no nos desviemos del objetivo principal) y automáticamente, como quien aprieta un botón, dejará de existir la opresión al llegar el edén de la sociedad nueva. Es algo que llevamos escuchando décadas, en un debate informal o en un proceso revolucionario que ha hecho explotar la primavera de la indignación.
Quien piense que las revoluciones vienen por etapas, como pantallas de videojuego a superar, nunca podrá afrontar las contradicciones que contienen los procesos reales. La conciencia social sólo avanza con la lucha y el feminismo hay que construirlo día a día. Quien por otro lado piense que hablar de las agresiones es “manchar” el expediente de la revolución, contribuye con su silencio a una estrategia clave para mantener la opresión de las mujeres: la invisibilización de la misma. Con estas posturas mecánicas sólo se ayuda a hundir los procesos de cambio social y la propia revolución, la cual sin justicia social para todas las personas es solo una pose radical, y la cual sin las mujeres, como artífices de la misma, es imposible.
Tumulto. Confusión. Decenas de hombres se agolpan concéntricamente. El núcleo, apenas visible, es una mujer que está siendo agredida sexualmente por varios hombres. Se trata de Iruña, San Fermines. Con una media de tres violaciones al año y decenas de denuncias por agresión, para unos es diversión, para otras, violencia (como explica brillantemente Emi Arias en la ya imprescindible revista pikaramagazine.com). Y no se trata de competir sobre qué sociedad es más sexista. Tal debate concluye para algunas personas diciendo que aquí no estamos tan mal, que allí parten de un paradigma cultural insalvable (por cierto, no tan incomparable al vivido por las mujeres aquí durante el franquismo y a veces idéntico al que vivimos ahora) o que pasa por culpa de unas élites muy diferentes a las que aquí tenemos (élites apoyadas por las clases dirigentes en Occidente, por cierto también).
Las egipcias, las vascas, las mujeres del mundo, estamos sufriendo un ataque sistemático a nuestros cuerpos mientras resistimos los embates de la austeridad. Gigi Ibrahim decía que “no ir a la plaza Tahrir simplemente porque podríamos ser asaltadas sexualmente no es una solución, debemos luchar contra el acoso sexual”. La revolución egipcia nos está es que hay que construir la resistencia a la austeridad desde el más profundo antisexismo y, sobre todo, desde ya. Las etapas, para el Tour.
* Es miembro de En lluita / En lucha y activista de Unitat Contra el Feixisme i el Racisme.