Diana López Varela
No me gusta escribir desde el miedo y desearía no tener que nombrar lo innombrable. Así que empezaré señalando aquello de lo que no se habla casi nunca. La mayor parte de las agresiones sexuales hacia menores de edad son cometidas por un hombre mayor de edad muy cercano a la víctima, y hasta en el 32% de los casos ese hombre es el padre biológico, tal como indican desde la Fundación ANAR. Aclarado esto, voy a por lo que sale en los medios de comunicación semana sí y semana también, porque sospecho que ahora mismo en nuestro país hay muchas madres de niñas aterrorizadas ante la violencia sexual. El riesgo a las agresiones sexuales no es nuevo, y todas hemos dejado a nuestras madres temblando después de una cita con un novio o amigo. Sin embargo, la forma de hacerlo -y aclaro que no hay forma buena- sí que ha cambiado. Las violaciones grupales en donde varios varones (adultos, adolescentes, o niños) penetran por todas partes a la víctima se han multiplicado por cinco en la última década. Esta moda espeluznante y orquestada con múltiples intereses patriarcales, bebe principalmente de una fuente: la pornografía online. El acceso al porno fácil, universal, gratuito y anónimo está dando respuesta a la curiosidad y excitación innatas de los adolescentes que recurren a este medio y caen inevitablemente enganchados, porque ese es, precisamente, su cometido. Según Save the Children, siete de cada diez adolescentes está expuestos a pornografía online de manera frecuente. Otros estudios, elevan al 90% de los jóvenes este consumo. Lo que quiere decir que estamos dejando en manos del porno la educación afectivo-sexual de varias generaciones que están siendo captadas desde la infancia por una industria criminal cómplice de trata de seres humanos, explotación sexual y violencia contra las mujeres.
Leo en un titular la opinión de los niños de la calle de Badalona sobre las violaciones múltiples en el centro comercial Màgic «A las niñas les gusta lo que pasó». Y los niños entrevistados aseguran que las niñas (una de ellas tenía 11 años) «van buscando polla» y que están encantadas con ser violadas. No me sorprende. Muchos de los videos más populares en Pornhub están llenos de imágenes en donde las mujeres son penetradas y golpeadas por novios, amigos, hermanos, padres o padrastros mientras lloran y suplican un «no». ¿Qué pretende la industria pornográfica cuando envía constantemente el mensaje de que las mujeres pueden ser folladas sin su consentimiento? Sobre lo que les enseña el porno a los jóvenes ha escrito Marina Marroquí en su libro Eso no es sexo ¡Otra educación sexual es urgente! De todo este manual que recomiendo encarecidamente me quedo con una frase. Lo que pretende el porno es «insensibilizarte ante su violencia». Y para ello, moldea a chicas sumisas cuyo deseo y consentimiento no valen absolutamente nada y a chicos que las abusan mientras duermen, juegan o se duchan porque al final, siempre les gusta.
Entender cómo nuestros hijos construyen sus fantasías sexuales no es un tema menor. La pornografía ha establecido un patrón sexual machista y sádico que coloniza todo el relato cultural, banalizando la violencia y tiñéndola de supuesta liberación sexual. En las redes sociales el contagio es evidente e incontrolable. Porque el porno te busca y te encuentra. Y por eso la edad de inicio de visualización de estos contenidos, muchas veces de manera accidental, se ha rebajado hasta los ocho años. Cualquiera que se haya paseado por una página porno y tenga cerca de un menor de ocho años es consciente de que no está, ni mucho menos, en una etapa madurativa ideal para consumir pornografía. El porno llega de muchas maneras y las redes sociales en donde se encuentran los menores de edad son una de las más frecuentes. TikTok ha sido criticado en múltiples ocasiones por albergar pornografía que burla los controles parentales. El uso de etiquetas aparentemente inocentes esconde un catálogo de pornografía infantil al alcance de cualquiera. ¿Cómo vamos a enfrentarnos a semejante avalancha?
A falta de leyes contundentes que regulen, prohíban el acceso a menores a determinados tipos de contenido, la educación afectivo-sexual (EAS) se presenta como la única alternativa eficaz para proporcionar información veraz que les permita desarrollarse en el ámbito afectivo, sexual y emocional de manera sana y libre de violencias. Desde hace varias semanas, que coinciden con el desarrollo de mi Trabajo de Fin de Máster en el área de la docencia, estoy inmersa en el estudio de múltiples normas que regulan la educación afectivo-sexual en el marco legislativo español. Si algo me ha sorprendido durante este proceso de investigación es que a pesar de la insistencia de los legisladores en que la EAS ha de ser integral en todas las etapas y ciclos educativos, la concreción real que este tipo de contenidos tiene dentro tiene del currículum es prácticamente nula. Desde hace más de 30 años la legislación española reconoce el derecho de los estudiantes a recibir educación afectivo-sexual, pero si en un espacio propio el derecho se queda en recomendación y la transversalidad de este enfoque se diluye, con suerte, en charlas de dos horas. Urge formar a educadores. Urge aplicar enfoque de género y perspectiva feminista (abolicionista) en la educación sexoafectiva desde el ámbito educativo si pretendemos, como señala la propia UNESCO «abordarla desde los aspectos más importantes: físico-biológico, cognitivo, emocional, ético; así como desde la libertad, la responsabilidad y el control de las emociones; desde la igualdad, el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica».
Es imposible enseñar educación afectivo-sexual si no se habla de consentimiento ni de deseo. Sin empatía, sin afectos, sin el valor de la intimidad y el placer compartido el sexo es, simplemente, un espacio vacío. Y sin la implicación de las madres, padres y educadores de los niños varones, el esfuerzo no vale de nada. Hace poco una compañera de trabajo, madre de una adolescente, me confesó que se había enfadado con una amiga porque la había compadecido por tener una hija en los tiempos que corren. «Yo sí que puedo dormir tranquila por las noches», le espetó. Tenemos un problema como sociedad si solo nos preocupa que nuestras hijas puedan ser agredidas, pero no que nuestros hijos puedan ser agresores. Tenemos un problema como sociedad si pensamos que es una desgracia que violen a tu hija y, en cambio, ni siquiera reparamos en la posibilidad de que nuestro hijo pueda convertirse en un violador. Sin embargo, tenemos lo más importante, y es la voluntad de los jóvenes, chicos y chicas, que en numerosas encuestan reconocen que quieren acceder a educación afectivo-sexual de calidad y libre de prejuicios. Yo lo tengo claro: los chicos no quieren ser violadores.
Para quien sea de interés, recomiendo el citado libro de Marina Marroquí, los videos NOPOR de Towanda Rebels, las charlas de Carmen Ruíz Repullo (disponibles en YouTube y en plataformas de audio) y el perfil de Instagram de @carmenhijosconexito.
Enlace al artículo original: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/73277/quieren-los-chicos-ser-violadores/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:4×15-t1;mm=mobile-medium