Columna de Barbijaputa
No había denuncias previas. Tenía 60 años, llevaba toda la vida viviendo con el que se convertiría en su asesino pero lo que destacan los medios es que jamás había interpuesto una denuncia por maltrato. Es lo que tienen que decir los medios de comunicación a la sociedad sobre el asesinato de una vecina de Sevilla a manos de su marido.
Es terrible poder sustituir Sevilla por el nombre de cualquier otra ciudad, pueblo, aldea o pedanía de España. Porque en Sevilla pasó lo que ha pasado tantas veces. Tantas veces que ya no asombra, ya no se cambia el gesto. Parece que la rabia ya es solo monopolio de las feministas. Los dirigentes se limitan a poner tuits con hastag, lastimosos, sombríos. «Todo nuestro cariño para la familia…», «Hay que seguir trabajando para…». Mensajes vacíos, repetidos, tan repetidos que parecen siempre el mismo. Como publicados en una de esas aplicaciones que lanzan mensajes programados. Textos de plantilla, de copia y pega. Vayan a comprobarlo. Realmente asusta.
Pero no solo es una lacra a erradicar lo que ocurre en el último minuto de vida de las mujeres asesinadas: es la vida previa, el infierno anterior al disparo, a la asfixia o al apuñalamiento. Vidas sometidas por hombres que acaban decidiendo cuándo y cómo estas compañeras van a dejar de vivir. Hombres que deciden cuándo y cómo sus criaturas van a quedarse huérfanas.
En estos momentos, son incontables las compañeras que viven así. Algunas saldrán en las noticias, esas noticias de la gota malaya: «Una mujer asesinada en…», «Un hombre mata a su mujer por…», «Ya son (inserte aquí un número que le da igual a esta sociedad) las mujeres asesinadas», «Ascienden a (número random) las huérfanas por violencia machista…», etc.
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Números, nombres de poblaciones, fechas. Mujeres anónimas que sobrevivieron hasta que ya no las dejaron sobrevivir más. Mujeres como tú y como yo. Porque ese el único denominador común en esta ecuación: hombres matan a mujeres porque son mujeres. Y porque ellos son hombres y la sociedad les ha enseñado que la vida les debe todo. Y a la vez, las enseñanzas para esta parte pisoteada es que, por ser mujeres, es mejor callar. Porque más allá de los mensajes institucionales del «Denuncia, no estás sola», la realidad las aplasta a golpe de realidad: custodias retiradas y regaladas a sus maltratadores. Acusadas de alienar a sus propias criaturas, puestas en duda al denunciar, acribilladas en juicios donde el acusado es otro… y titulares que solo a algunas ya nos hiela la sangre: «El asesino ya se había saltado anteriormente la orden de alejamiento», «La Guardia Civil no calculó bien el riesgo real de la última mujer asesinada», «La víctima había comunicado su deseo de separarse…»
¿Cuál es la salida para todas las mujeres vivas que están hoy, en estos momentos, sometidas por hombres? ¿Cómo le espantamos el miedo a hablar a las compañeras cuyos maridos y novios aún les permiten vivir?
No podemos esperar a que el gobierno de turno haga el trabajo. Esperar no sirve de nada, los parches al sistema tampoco. La acción de la sociedad civil, de las concienciadas, es la que cambia siempre las cosas. Las que presionan a esos gobiernos. Esos dirigentes de todos los partidos (menos de Vox, claro) que ahora tuitean, que incluso proponen medidas o leyes (y por ahí ha pasado desde el PP hasta UP) se ven forzados a hacerlo porque ha habido una lucha detrás presionándolos sin descanso. La lucha feminista. Recordemos que antes, hace apenas 18 años, ni se contabilizaban estos asesinatos.
El problema no es que las compañeras no denuncien, el problema es por qué no denuncian. El problema es que sí se sienten solas. Abandonadas por las instituciones. Y ningún medio de comunicación o institución debería presionarlas para que denuncien si no se preparado para protegerlas cuando dan el paso.
No pensemos en cómo parar esos finales, porque ya es demasiado tarde. Nadie puede detener un disparo. Pensemos en el ahora. En las que llevan años sobreviviendo. En las que no confían -y con motivo- ni en las instituciones ni en la justicia. Presionemos para cambiar eso, para que todo magistrado que enseñe la patita una vez, no tenga la oportunidad de enseñarla más. Para que el agente de Policía o Guardia Civil que falla al valorar el riesgo que vive una mujer, no tenga acceso de nuevo a una mujer que denuncia. Y así, sin piedad, con todos los eslabones que forman la cadena institucional. Desde el trabajador social hasta el magistrado. Que los titulares y los hechos comiencen a ser otros, que la realidad se ajuste a todas las intenciones que dicen tener los de los tuits calcados. Y ya verán, señores, como serán las propias compañeras que ahora no denuncian por miedo, las que irán saliendo de sus infiernos por su propio pie.
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