La antropóloga Mercedes Fernández-Martorell ayuda a entender la desigualdad entre hombres y mujeres en una historia con dos momentos clave: la caza de brujas y el matrimonio.
El título de su libro, Capitalismo y Cuerpo, ¿significa que el capital nos deja de considerar personas?
Es la conclusión que se llega al final porque es lo que ocurre en la actualidad pero la idea, en realidad, es que toda sociedad se construye con individuos, con cuerpos, y que se genera una trama entre ellos.
¿Esa trama explica la desigualdad entre hombres y mujeres?
Sí, pero lo importante es qué pasa con el capitalismo, los cuerpos y la desigualdad, porque desigualdad en el feudalismo ya había. Con el capitalismo aparece una desigualdad distinta. Lo que no quiere decir que el dominio hombre-mujer sea igual en todas las sociedades. Por ejemplo, en Venezuela, los Pumé son una sociedad donde el prestigio está en la mujer y los hombres, para igualarse, se hacen sangrar el pene con el objetivo de imitar la menstruación de la mujer, que es la que tiene ascendencia en el vivir colectivo.
Predomina nuestra mirada occidental.
Sí, exportada a todas partes.
El punto de arranque del capitalismo, según relata, está con el descubrimiento de América.
Con aquel descubrimiento se extrae oro y plata de Perú y México. Esa riqueza cambia las relaciones sociales y el cómo se trabaja. Lo principal es que en la época feudal se trabajaba, en muchas ocasiones, en un entorno familiar o vivían varios en la misma casa. Trabajaban y obtenían lo necesario para subsistir, porque nacemos sin saber qué hacer para subsistir.
Insiste sobre ello en varios momentos de su libro.
Claro, tú cuando naciste no sabías qué hacer para sobrevivir, para alimentarte y ningún humano lo sabe. El capitalismo se elabora cuando se trae a Europa esa riqueza de América y se plantea que es posible que, en lugar de vivir del trabajo manual o de la tierra con la que intercambiar productos por comida, tu trabajo sea valorado en dinero con un
salario. Y con él vas a poder comer, por lo que comes de ese dinero que establece el propietario que vale tu trabajo, no de tu trabajo en sí. Eso te hace depender de un capitalista, de un propietario, y frente a esa situación surgieron grandes resistencias por parte de los hombres del común.
Pero esas resistencias no pueden impedirlo y se produce el cambio.
Sí, pero a qué precio porque esto justo sucede a la vez que la caza de brujas. Se enseña a la mitad de la población, a las mujeres, que deben tener cuidado y que tienen que ser obedientes porque, de lo contrario, pueden ser acusadas de mentirosas, de brujas y ser quemadas vivas. Las mujeres aprendemos que es mejor vivir que morir así.
¿Existen muchos mitos sobre aquella caza de brujas?
Aquella matanza de mujeres no fue casual. Se explica bien al observar que coincide con ese momento en el que se inaugura el capitalismo. Fue en el norte de Europa donde se asesinaron más mujeres, más que en el sur. En España no fue la Inquisición, como se dice, quien verdaderamente quemó vivas a tantas mujeres sino los tribunales civiles. Hay que pensar que en aquel momento la palabra era la cosa en sí, de tal manera que si tú decías que una mujer era bruja, era bruja sin más. La denuncia venía de todas partes, de hombres eclesiásticos, de hombres de poder y de mujeres también.
¿Había algunas zonas más afectadas por esta persecución?
Había pueblos en Cataluña donde toda niña que nacía podía ser considerada bruja y morir quemada viva. Se hacían bestialidades. Se cogían agujas largas que se atravesaban por todos los orificios del cuerpo de la mujer para ver si salía el demonio o se las violaba para saber si estaba dentro ese demonio, se les estiraban brazos o piernas, o se las sentaban en sillas de hierro con fuego debajo y se las quemaba delante de la familia o su hija porque, además, se decía que se transmitía de madres a hijas.
El estereotipo de la mujer bruja y malvada no ha desaparecido.
La bruja sigue siendo considerada, en efecto, una mujer mala. Es curioso que comienza siendo toda mujer que no tiene hombre, que está viuda, que es mayor y no puede tener hijos, pero luego también son afectadas mujeres jóvenes porque decían que se enamoraban del demonio. Se acusa a la mujer de provocar las malas cosechas, de las lluvias, de la matanza de bebés, de que beben sangre, y de más atrocidades. Lo cierto es que la mujer es la curandera y muchas de las denunciadas por brujear tenían su jardín de hierbas, y ese saber es del que se apropió la medicina.
¿A cambio de aquel silencio, qué se consolidó en aquella etapa para la mujer?
Proponían y obligaban a ser un cuerpo que perteneciera a un hombre. Un cuerpo que trabaje gratis o que produzca otros cuerpos para el sistema de producción, a trabajar haciendo la comida para que el trabajador regrese al trabajo alimentado, limpio y lo mejor posible.
La mujer asume ese trabajo en la sombra para que el capitalismo pueda existir.
Claro, porque se le impone que lo realice. El hecho es que la mitad de la población mujer está al servicio de la otra mitad trabajando gratis, porque la mitad hombre tiene que producir un beneficio para el capital. Se instaura la idea de que el hombre tiene que alimentar a la familia, por lo que también se crea a la mujer esclava, en el sentido de que para alimentarse depende de la voluntad del hombre al que ella pertenezca.
En esta etapa donde ya se marca una notable desigualdad, ¿por qué se elige que sea la mujer la que lo sufra?
Hasta ese momento se pensaba que el cuerpo de hombre y mujer era el mismo, solo que el cuerpo de mujer era un cuerpo con defectos. Si hablamos del aparato reproductor, antes de Cristo, Aristóteles ya estableció que quien producía los nuevos individuos era el alma y que solo podía producir el alma y aportar el hombre. La mujer era un cubículo donde el hombre ponía el alma… que es un poco el discurso que vemos ahora con los vientres de alquiler.
Y a la vez de esta caza de brujas, la Iglesia impone el matrimonio.
Antes las mujeres y hombres se relacionaban de otra manera. A partir de ese momento, con el Concilio de Trento, se establece que tiene que haber testigos y un sacerdote que confirme que la pareja se ha casado. Hoy día, en los juzgados, ves cómo el padre entrega a la novia al hombre, entrega el cuerpo. En la Iglesia, y no solo la católica, se representa ritualmente esa donación de un cuerpo de mujer a un hombre.
Pensamos que somos modernas y eso sigue hoy día.
Es posible que alguna joven siga hoy encantada, deseosa de que su padre la lleve al altar porque forma parte de rituales importantes, de prácticas engañosas supuestamente amorosas.
Nos lo han vendido con un halo romántico.
Eso es lo que pasa con los rituales. Pero si tú lo desnudas y lo explicas, puedes entonces decir que mejor que mi padre no me lleve… pero tienes que saberlo.
¿De aquí arranca también el hecho de que el trabajo de la mujer en el hogar sea invisible?
La mujer ha trabajado casi siempre, sobre todo las más pobres. Por ejemplo, las mujeres de fábricas de conservas en Galicia o las que trabajaban en Tabacalera en Sevilla. Sucede que si buscas en los registros aparecen como ‘sus labores’, no como trabajadoras, porque eso era desprestigiar al hombre, porque la mujer tenía que depender de él y el hombre era menos hombre si ella trabajaba. En el siglo XVIII, la mujer burguesa consideraba que trabajar era una desgracia enorme.
¿Hubo algún momento en el que podría haberse reconocido ese trabajo?
Cuando en los años 70, las de mi generación queríamos trabajar para ser autosuficientes, la pregunta es qué hizo el capital con esa voluntad de la mujer de querer trabajar. La respuesta fue convertir todos los trabajos que la mujer había realizado durante centenares de años de manera gratuita, en negocio, en fábrica, en despacho. Se idearon máquinas lavadoras, máquinas eléctricas para moler el café, comidas enlatadas, precocinadas, cocinadas, al vacío, ropa pre-a-porter -se decía entonces-, máquinas secadoras, máquinas de planchar eléctricas y un sinfín de artilugios. Y también aparecieron nuevas profesiones. Por ejemplo, las guarderías a las que las madres pagan para que cuiden a sus hijos, trabajo que ellas siempre habían ejercido de manera gratuita.
¿Cómo afecta a la mujer la revolución industrial?
Cuando aparece la máquina de vapor, la fuerza bruta del hombre deja de ser valiosa y deja de contratarse para contratar a mujeres y niños y niñas, con sueldos de miseria, que no daban para comer. Morían en las mismas fábricas y las maltrataban.
Se consolida a la mujer como mano de obra barata.
Barata no, baratísima. Incluso cuando hay sindicatos, tanto ellos como el poder masculino, dicen que la mujer no tiene que trabajar porque en ese caso perjudica a su cuerpo, no puede tener hijos, y que si la mujer trabaja puede ser violada por el capataz. No se quiere que trabaje para tenerla supeditada.
Como antropóloga, ¿qué falta como contexto cuando surge el debate de la prostitución?
Hay una idea detrás de subsistencia, de que sobrevivir como prostituta es más rentable para algunas mujeres que como servicio de limpieza. Hablamos de un problema de estructura de trabajo, de fondo. La prostitución supone que hay cuerpos que son mal considerados, sin protección, y eso es muy pernicioso. Además hay que pensar en la trata de mujeres.
Hay trata porque el hombre demanda cuerpo, carne.
Cuando la mujer se negó a ser un cuerpo donado en los años 70 del siglo pasado, y aplicamos las libres relaciones sexuales y modificamos nuestras relaciones, supuso que la trama que se creó en el origen del capitalismo se rompiera. De hecho, sigue rompiéndose. Eso tiene su repercusión negativa en algunos hombres.
¿Y, según observa, cómo están respondiendo los hombres hoy?
Algunos son solidarios con la mujer, pero a otros les parece beneficioso poseer un cuerpo de mujer. Quizás ahí puede que se instalen relaciones de maltrato e incluso asesinato de la mujer, al sentir el hombre que pierde esa costumbre, que le hacía sentir como un verdadero hombre. Hay que pensar que un hombre es reconocido como tal por parte de lo que opina el resto de hombres. Y una mujer es una mujer de bien cuando los hombres así lo dicen. La ley del hombre es la que prevalece entre mujeres y hombres. Con el capitalismo, además de la donación del cuerpo de una mitad a otra mitad, se inaugura una estructura entre hombres que antes no existía.
¿En qué sentido?
Lo que llamamos estamentos y clases sociales. Si antes estaban los sacerdotes, el señor feudal, el rey y su corte, y los plebeyos, básicamente, ahora aparecen profesionales de distinta índole con una distribución muy jerarquizada dentro de la sociedad, que es nueva, distinta, que implica a un común no bien pagado, pero que lo asumen a cambio de poseer ese cuerpo de mujer. Lo destacable es que ese poseer un cuerpo de mujer todos lo comparten, razón por la que se convierten en aliados. Se establece así esa alianza masculina que aún pervive en la actualidad. Por ejemplo, cuando vemos cómo actúan esos chicos de La Manada lo que estamos observando es que entre ellos dialogan, se observan, dirimen quién es más macho, quién es el que domina, quién es capaz de cometer la mayor atrocidad contra la víctima. Víctima, en este caso una chica joven, que no les interesa lo más mínimo. Esa mujer para ellos es una cosa que utilizan para mostrarse que son verdaderos hombres, verdaderos machos.
¿La abolición es una solución para paliar esa mentalidad masculina?
Puede contribuir, ayuda. Y sobre todo ayuda si decimos lo que sucede. Que practicas la prostitución por hacerte hombre frente a los demás hombres, comprando carne muy barata. Eso es lo que haces cuando a tu hijo lo llevas para decirle que aprenda a practicar bien el sexo para aprender a no temerlo. Con la prostitución no enseñas a tu hijo a practicar el sexo, sino que le enseñas a tratar a la mujer como cosa.
Recuerdo hace poco a un militante de Podemos, quien decía que pagaba prostitutas como quien compra ropa de marca, pero que él compraba placer.
Dicen que gozan, pero cómo gozan: cosificando, anulando el deseo del otro. ¿Y dónde está su satisfacción? En el hecho de que le hace sentirse hombre. No es ella la que le hace sentirse hombre, sino el pacto que entre los hombres considera que eso es así.
Cuando empezaba la entrevista, mencionó el tema de los vientres de alquiler. ¿En la historia la mujer siempre ha sido vista como una vasija?
Se puede establecer una conexión entre aquel cuerpo como receptáculo del que los filósofos hablaban, antes de Cristo. Aquel donde el hombre metía el alma. Ahora nos encontramos este nuevo uso, con el semen de un hombre, por ejemplo, homosexual, y un óvulo y vientre comprado. Dicen que desean tener hijos y no pueden pero reconozcamos, por otra parte, que estamos rodeados de niños abandonados, solos, que necesitan ayuda. Lo cierto es que la mujer que utiliza su vientre de alquiler es una mujer pobre, necesitada de dinero para vivir.
¿Se abre un panorama peligroso?
Me parece una cuestión importante. Una cosa es que tú, a un amigo, quieras donarle un hijo de forma altruista. Pero me parece peligroso que lo establezcamos como una norma porque convertimos a la mujer en un receptáculo y, claramente, es por la pobreza que esas mujeres aceptan a actuar como vientres de alquiler, no por otra cosa. No olvidemos que esto sucede en sociedades neoliberales y tampoco hay que prescindir de que quedarse embarazada es importante: el cambio físico que supone, el parto… No se hace así porque sí, se hace por necesidad.
Este último año el movimiento feminista ha denunciado que este debe de ser un movimiento anticapitalista. ¿Cree que en el marco capitalista actual hay salida o solución?
Las sociedades cambian, se modifican sin cesar y si la mayoría mujer, junto a multitud de hombres, sigue empujando sin duda que el vivir colectivo se modificará en el sentido en que la mayoría desee.
En relación al capitalismo tenemos un problema y es que necesitamos idear nuevas fórmulas para sobrevivir, para trabajar y alimentarnos como debe ser en cada uno de los cuerpos que componen nuestra especie. Hay muchas personas, investigadores, trabajando en ello, yo misma desde la antropología. Se trata de idear nuevas estrategias para vivir en sociedad modificando u abandonando el capitalismo tal y como lo hemos conocido.