Los anuncios de donación de óvulos proliferan cada vez más en los tablones de las universidades, en Internet y en las redes sociales. Las empresas privadas que están detrás, clínicas tan conocidas como IVI, Tambre o Sanitas, lo venden como «un acto de solidaridad», pero tras ello «hay una industria que hace caja con la necesidad económica de muchas personas».
Nuria Coronado Sopeña@NuriaCSopena
No tiene miedo a hablar porque estuvo a un tris de morir desangrada. «Hablo porque quiero que se sepa cómo funciona todo y que al menos las pobres chicas sin recursos económicos que deciden hacerse donantes sepan que están vendiendo sus óvulos a un mundo oscuro que trafica con ellos«, recalca Aida Martín Gómez.
Un mundo que, sin embargo, se anuncia de color de rosa. «Solo tienes que buscar en Internet y verás multitud de anuncios que te venden todo como algo empoderante y como un ejercicio de solidaridad. Sin embargo, la información que te dan sobre las consecuencias para la salud es insuficiente«, comenta en una larga entrevista a Público. «Una realidad que con la crisis económica que hay, y que vendrá por la covid, sacará más partido aun de la desesperación y la pobreza que como siempre nos golpea –en mayor medida– a las mujeres». Y es que la historia de esta madrileña es la de miles de jóvenes de nuestro país. Tal y como destaca Ángeles Álvarez desde la plataforma feminista No somos vasijas, «la media de las veces en las que las chicas recurren a la ovodonación para pagarse la carrera, terminar de estudiar porque se les acaba la beca o simplemente para sobrevivir, es de al menos tres veces«.
«En las tres ocasiones que lo he hecho ha sido por pura necesidad económica»
Algo que constata Aida. «En las tres ocasiones que lo he hecho ha sido por pura necesidad económica». Sin embargo, la última la pagó demasiado cara. Estuvo a punto de morir. «Yo solo pensaba en los 1.000 euros que me darían después de la punción y en la falta que me hacían».
Por si alguien tuviera dudas de la reincidencia de las mujeres, Álvarez recomienda ir a las fuentes. «Los datos apabullantes no son un invento. Los ofrece la propia Sociedad Española de Fertilidad y revelan que España es una potencia en Europa en reproducción asistida, tanto que el 50% de los tratamientos de ovodonación son de pacientes residentes en otros países, sobre todo de Francia».
Cuando no tienes otra opción
La primera vez que Aida recurrió a esta explotación reproductiva fue al independizarse. «Tenía 24 años y me había ido a vivir a Santander. Sin la ayuda de mis padres y tras dos trabajos más que precarios me vi en la necesidad de buscar el dinero donde fuera para salir adelante. Por Internet di con un anuncio de donación de óvulos, de lo que ya anteriormente amigas mías me habían hablado, pero era algo que no me había atrevido a hacer. Me ofrecían una compensación económica a cambio de las molestias en el proceso de donación«, recuerda.
«En nuestro país está prohibida la compraventa de gametos, no así la donación de óvulos»
Una cantidad establecida por la Ley 14/2006 y fijada por el Ministerio de Sanidad en concepto de gratificación por los posibles riesgos y las molestias –los gastos de desplazamientos para ir la clínica, las posibles faltas en el trabajo, las molestias por los efectos secundarios de la medicación, etc– que puedan sufrir las donantes. «En nuestro país está prohibida la compraventa de gametos, no así la donación de óvulos que va de los 800 a los 1.000 euros y la de semen que se paga a 30 euros ya que es obvio no es comparable», añade Álvarez.
En la clínica le dieron a firmar unos consentimientos y una psicóloga le hizo unas simples preguntas. «La entrevista era para garantizar mi salud mental, pero sobre todo para dar luz verde a todo: «¿tus padres viven? ¿vives con ellos? ¿alguna enfermedad genética en la familia? ¿fumas? ¿tienes pareja? ¿tienes hijos? ¿trabajas?», así de simple. Tras este sencillo test continuo con el proceso y «todo salió correcto».
El «todo correcto» fue para Aida sinónimo de jeringuillas y molestias. «Cuando aceptas hacerte donante tu cuerpo pasa por una bomba hormonal marcada por jeringuillas que tú misma te llegas a poner en casa. Pensé que se iba a crear un ColaCao dentro de mi cuerpo, pero no dije nada, ya que había llegado hasta ahí, y me fui a casa con mis dos cajas de jeringuillas».
Una semana después no solo le dolía el abdomen. «Lo tenía súper inflamado, me dolían muchísimo las mamas. También estaban muy duras e hinchadas y para continuar con los efectos mi estado anímico no era para nada estable. Tuve bajones intensos depresivos, negativos y duros que me duraron una semana después de la famosa punción ovárica», recuerda.
Tras tres días molesta por tantos dolores y una ecografía, le dieron cita de la punción dos jornadas después. «Me dijeron que mis dolores eran totalmente normales, que no me preocupara. Esta vez, me dieron una sola inyección que debía de ponérmela esa misma noche y ya no tendría que pincharme nada más. Simplemente me quedaba acudir el día de la punción a la clínica en ayunas».
Llegado el momento, fue a la sedación acompañada –tal y como la recomendaban de una tercera– de su pareja de entonces. «Nos llevaron a una habitación. Me dieron una bata, unos patucos y un gorro para el pelo. Cuando estaba lista me llevaron al quirófano. Me senté en la camilla me pusieron en posición, donde me ataban las piernas y manos a la camilla con cinchas y me pusieron un tubo respiratorio por donde iba la sedación. Me quede dormida en el acto. Desperté en la habitación inicial, donde se encontraba mi pareja, atontada, y con ligeras molestias abdominales. Me trajeron una infusión y estuve tumbada una media hora», rememora.
Según se fue recuperando se levantó, tomó un ibuprofeno y ya sin dolor recogió de manos de la enfermera un sobre en el que ponía su nombre. «Había 1.000 euros en billetes de 50. Respiré hondo, me vestí, me dieron las gracias y me dieron el alta».
La segunda vez fue años después ya en Madrid con Sanitas. «Viéndome de nuevo en una situación precaria tanto laboral como sentimentalmente, me planteé volver a donar de nuevo. Esta vez fue en la clínica privada en Alcobendas. Pese al poco nivel de información que obtienes, y dado que todo funciona, se le resta valor e importancia a adentrarte en un quirófano y exponerte a una sedación general».
A la tercera… fue ella la vencida
Como la necesidad económica volvió a llamar a la vida de Aida el pasado 5 de agosto –ya con covid– y 32 años volvió a recurrir a esta salida. Escogió a IVI. «La clínica estaba en Canillejas (Madrid). Me llamaron para una primera cita. Hable con la psicóloga, que esta vez quiso indagar algo más en mi vida privada, pero como todas las anteriores, me vio capacitada para realizar la donación».
Tras el cóctel hormonal de inyecciones ya conocido llegó el día de la punción. «Sería en la clínica de Aravaca. Fui con mi madre. Daba muy buena impresión todo. Al despertar noté dolor al moverme en el abdomen. Algo que según la enfermera era normal. Me puso nolotil intravenoso».
Al rato, con el mismo dolor y una infusión con una galleta, al levantarse para ir al baño comenzó a marearse. «Nada más sentarme en la camilla para ponerme de pie me sincopé. Mi madre decía que estaba muy pálida, vino la enfermera y me dijo que me intentara vestir de nuevo que iba a ir a por la documentación. Con un dolor abdominal aun intenso conseguí hacerlo. La enfermera volvió y me dijo que ya estaba bien, así que trajo un sobre, y sacando los billetes encima de la cama contó el dinero delante de nosotras para que no diera lugar a error. Después nos acompañó hasta la planta principal donde se encontraba la salida».
Tras salir de la clínica blanca y sin fuerzas Aida consiguió llegar a su casa. «Para no preocupar a mi madre le dije que me dejara en el portal de casa y que iba a descansar. Sin embargo, el dolor subía de intensidad. Cuando llegué me tumbé en el sofá y me quedé dormida. Al rato un gran dolor me despertó. Cogí como pude el teléfono y llamé a la clínica para explicárselo. Me respondió que dicha clínica ya estaba cerrada, cerraban a las tres y que no podían hacerse cargo de mi estado. Tenía que llamar a una ambulancia».
«Estaba blanca como un folio y era incapaz de moverme»
Como pudo logró marcar a su madre y a la ambulancia. «Venía solo un chico porque con la covid me comentó que estaban desbordados. Él mismo intentó sentarme en una silla de ruedas para sacarme de mi casa, pero en cuanto me cogía para moverme me mareaba de tal manera que mi vista comenzaba a nublarse y el dolor se enfatizaba por lo tanto gritaba diciendo que por favor no me moviera más. El chico de la ambulancia quería evitar que volviera a desmayarme así que me dejó tumbada en la cama. Fue él, el que llamó a una UVI móvil para que vinieran a mi casa y me pusieran algo de suero para poderme reanimarme un poco. Estaba blanca como un folio y era incapaz de moverme».
«Los ovarios como un colador»
A Aida la llevaron de urgencias a La Paz. «En la ambulancia el dolor era realmente insoportable, cada bache, cada curva, me producía tal sufrimiento que me costaba respirar y pensaba realmente que me iba a ahogar. En Urgencias la ginecóloga me dijo que tenía los ovarios como un colador y que había que operarme de inmediato. Me explicó que además podía perder uno o los dos ovarios en la operación. La razón era que me estaba desangrando por dentro, que me habían realizado excesivas punciones, me habían dejado los ovarios llenos de heridas y no dejaría de sangrar, si no me operaban en ese momento moriría desangrada».
Informe del Hospital La Paz de Madrid. — Cedida
Tras 24 horas en observación la subieron a planta. «Me inyectaban a cada rato suero, medicamentos para el dolor y en la otra vía sangre. Me habían hecho una laparoscopia. Era necesario sacar toda la sangre que estaba perdiendo internamente y cerrar bien las heridas de los ovarios. Tuve suerte, mis ovarios estaban en su sitio y podrían funcionar con normalidad. Tenía mucha anemia, estaba blanca, había perdido 2,10 litros de sangre en la operación. Mi madre venía a verme a ratos, pues por el tema del covid no era posible que se quedara mucho».
«Lo veo como una mafia, por más que se diga que es algo voluntario; en realidad lo que se hace es una compra venta de óvulos»
Ahora ya recuperada física y psicológicamente Aida quiere contar su caso para que ninguna otra persona pase por ello. «Lo veo como una mafia, por más que se diga que es algo voluntario; en realidad lo que se hace es una compra venta de óvulos. No se lo recomiendo a nadie. Por eso pido que se informen. Se que es difícil que todo se sepa porque se está haciendo un trabajo de lobbies, pero estoy segura que mi caso no es el único. De hecho, he leído en foros que hay más chicas a las que les ha pasado lo mismo, incluso de la misma clínica. No te hablan de los riesgos ni de que tienes un número reducido de óvulos. Solo te dicen que es una punción fácil. Me enteré de todo hablando con gente», reseña. IVI, por su parte, prefirió no aportar su versión a Público.
Informe del Hospital La Paz de Madrid. — Cedida
El concepto jurídico del consentimiento
Y es que como añade Álvarez, «hay un oscurantismo alrededor de las consecuencias sanitarias, médicas y de salud que significa falta de garantías para las mujeres. Resulta sorprendente que a ninguna chica se le diga que tiene un número limitado de óvulos o que la información que siempre aparece en las webs es cuanto menos incompleta».
Además, recalca que se debería cambiar el número máximo de ovodonaciones que en la actualidad es de seis. «Este tope no se vincula en ningún momento a los aspectos de la salud de las donantes». Una opinión que comparte Alicia Miyares, también de la plataforma feminista No somos vasijas. «El mercadeo de óvulos demuestra la falsedad del concepto jurídico del consentimiento. Cuando firmas un contrato donde no te cuentan toda la verdad, donde no hay una información completa, no puede hablarse de consentimiento».
«El mercadeo de óvulos demuestra la falsedad del concepto jurídico del consentimiento»
Por ello propone que esta práctica deje de edulcorarse. «Hay que llamar a las cosas por su nombre que no es otro que el de explotación reproductiva pura y dura». Además, apunta a otro factor no menos importante. «Tenemos que empezar a señalar a una clase médica sin deontología. ¿Cómo es posible que haya comités de Bioética o colegios profesionales que se estén saltando sus compromisos profesionales en aras del negocio? ¿Cómo se puede poner el dinero por encima de la salud?«, se pregunta.
Y las respuestas Miyares las tiene claras. «Mientras haya quienes no den una información completa de lo que significa para la salud de las donantes el mercado de los óvulos, quienes vean como técnica reproductiva el alquiler de vientres o hagan hormonación temprana en la infancia, habrá una clase médica que está haciendo saltar sus compromisos hipocráticos en aras de negocio».
Mientras todo eso llega, Aida se ha puesto manos a la acción. «Estoy con el proceso de la denuncia a quien puso mi vida en riesgo. Quiero que se le ponga el nombre real a todo que es el de la compra venta de óvulos. Ofrecen 1.000 euros por las molestias, cuando los daños son mucho mayores, convirtiéndose realmente en explotación para la mujer. Solicito ayuda para poder dar voz a este tipo de abusos y que ninguna joven ponga en riesgo su vida o su salud por un negocio explotador que gana millones a nuestra costa y que, si lo hace, al menos sea consciente del riesgo que conlleva», finaliza.
Enlace al artículo original: https://www.publico.es/sociedad/ovodonacion-compra-venta-ovulos-negocio-costa-salud-precariedad-economica-mujeres.html