La ablación en España.

Sep 5, 2015 | General, Noticias

Por SARA MONTERO

‘Solo recuerdo los gritos y los llantos’
Maika (nombre ficticio) no recuerda casi nada del día en el que fue mutilada. Todas las niñas de su pequeña aldea de Malí pasaban por la ablación. Era tan normal, que nadie daba (ni pedía) ninguna explicación antes de entregarlas a la cuchilla. No tenía miedo. Cumplía seis años y ya era hora de acudir junto a su hermana Francine, un año mayor, a aquella sala de la que todas las pequeñas salían llorando. Su sonrisa despreocupada se borró de un plumazo cuando entró aquella señora y abrió de piernas a Francine. «Ella gritaba mucho y lloraba. Solo recuerdo eso, los gritos y el llanto», relata hoy Maika. Al intentar narrarlo 35 años después, su mente se funde a negro cuando le preguntan qué pasó cuando llegó su turno. Tardó mucho tiempo en darse cuenta de que, en realidad, había sido una víctima.

En la actualidad, hasta 17.000 niñas en España viven bajo riesgo de sufrir mutilación genital, según datos de la Fundación Wassu-UAB, que lucha por combatir esta lacra a través del conocimiento. Lo más frecuente es que emigren desde África con la ablación ya practicada o que se realice durante las vacaciones veraniegas de la familia en sus países de origen, aunque se ha detectado algún caso donde la mutilación se ha hecho directamente en nuestro país. A pesar de que algunas mujeres tienen dolores, infecciones de orina frecuentes o molestias al llevar ropa ajustada, Maika no sufrió las consecuencias de la ablación hasta que se casó y comenzó a tener relaciones sexuales. Cuando caía la noche y se quedaba a solas con su marido en la habitación, el sexo era una auténtica tortura. Sin embargo, el dolor no fue la única consecuencia de la mutilación. Tras meses de intentar quedarse embarazada sin éxito, descubrió que ese cruel ritual la había dejado estéril. «Más tarde supe que fue culpa de una infección que tuve por culpa de la ablación», recuerda. Entonces fue cuando su mentalidad comenzó a resquebrajarse y empezó a plantearse que aquella tradición no era tan buena como siempre la habían contado.

Poco después, ya cumplidos los 23 años, Maika se vino a España en busca de una oportunidad mejor y dejando en su país a seis hermanos y a sus padres. Se integró rápidamente y, al poco tiempo, se divorció de su marido. Comenzó a salir con sus compañeras de trabajo, con las que inevitablemente se hablaba de sexo en la pausa del café o en las cervezas al salir de la oficina. Sin embargo, Maika no se planteó dar un paso más allá hasta que conoció a un chico nuevo. Aunque le gustaba, no se atrevía a tener una pareja. Volvieron sus peores pesadillas, los espejismos de dolor y el recuerdo del sexo como un suplicio. No podía plantearse tener encuentros por miedo al dolor. El pánico es la peor consecuencia que les queda a las mujeres mutiladas. Al decírselo a su ginecóloga, la médico extendió el brazo y sacó del cajón el número de teléfono que podía acabar con su sufrimiento. La médico le puso en contacto con la Fundación Iván Mañero, donde atendían a las mujeres mutiladas que querían reconstruir el clítoris. Hoy está totalmente recuperada.

Mapa de la ablación elaborado por la Fundación Wassu-UAB.
Una reconstrucción física y mental

El día en el que Maika acudió a la consulta del doctor Mañero para la reconstrucción del clítoris no buscaba recuperar el placer. Nadie puede echar de menos algo que nunca ha tenido. Su propósito era librarse del dolor. «Tardé dos semanas en llamar y más de un año en operarme porque era una decisión muy difícil y no sabía con quien hablarlo», recuerda. Hoy acepta contar su experiencia en un medio de comunicación para que «la gente conozca qué es, qué pasa y cuáles son las consecuencias». También para que las mujeres sepan que hay solución y que la mayoría de las veces puede operarse.

El recuerdo de su padre es el que más anima a Maika a relatar su historia. «Cuando fui mayor y lo hablé con mi familia supe que mi padre no quería que nos lo hicieran, pero que la gente insistió tanto que al final nos lo hicieron. Nos quería mucho y no quería que nos hicieran daño», recuerda. Cuando las niñas tuvieron 6 años, su progenitor tuvo que elegir entre librarlas del dolor de la mutilación o condenar a sus hijas a que conservaran su cuerpo intacto, pero estuvieran para siempre marcadas socialmente. Al final, ganó la tradición. «Cuando voy a África hay niñas que piden ser mutiladas porque si no no se casan y creen que nadie las van a querer. Incluso, en algunas culturas se piensa que si el hijo al nacer toca el clítoris está maldito», afirma el doctor Mañero, quien lucha desde su fundación contra este crimen.

En países como Nigeria, Mali Senegal o Sudán, esta aberración se asimila de manera tan natural como cuando a las niñas en España se les agujerean las orejas para ponerlas pendientes. Es un símbolo de feminidad, de aceptación social y es necesario para salvaguardar el honor de la familia. En ocasiones, se celebra como una fiesta o se aplica para que el marido se asegure de que su esposa no le es infiel. Las consecuencias físicas van desde dolores severos y crónicos o infecciones de orina hasta esterilidad, traumas y problemas en el embarazo a largo plazo. Muchas niñas mueren en el camino, al desangrarse durante la mutilación o infectarse por las pésimas condiciones higiénicas.

El doctor mañero, experto en cirugía plástica y cambio de sexo, abre su consulta en sus horas libres para reconstruir el clítoris a las mujeres mutiladas que viven en España. En su mayoría son inmigrantes que han sido mutiladas en sus países de origen. Las pacientes del doctor suelen ser mujeres del África subsahariana, de unos 40 años y perfectamente integradas en la sociedad.Las grietas aparecen en su mentalidad ‘conservadora’ cuando cambian de pareja o de grupo de amigas, donde el sexo es un tema recurrente. Entonces, estas mujeres, a quien el placer les ha sido completamente extirpado, comienzan a hacerse preguntas. Aún así, el cambio es complicado: desde que se creó la fundación en enero, solo cuatro mujeres han solicitado la operación. «Llevamos 10 años trabajando en Guinea, donde los casos de ablación están alrededor del 50%, pero nos dimos cuenta de que en España también había mujeres mutiladas», comenta Ruth Mañero, la otra ‘alma máter del proyecto’.

«Cuando te preparas para la cirugía y exploras a la paciente te encuentras un amasijo de cicatrices», afirma Mañero. Hay cuatro tipos de ablación, que dificultan o facilitan la reconstrucción: «Hay veces que solo las seccionan el clitoris, otras también los labios menores. Otras veces los menores y mayores. En algunos casos, aunque son poco frecuentes, se ha producido la total amputación de la vagina», especifica.

Mujeres en Malí.

Las cifras son esperanzadoras, la mayoría de ellas pueden recuperar el placer y hacer una vida normal a medio plazo. Pero el orgasmo no es solo físico. «El 80 por ciento del orgasmo está en el cerebro», recuerda Ruth. Tras las operación, se trabaja con las mujeres en la parte anatómica. «Se les da un espejo y se les enseña como funciona el clítoris. La mayor parte de ellas no han tenido acceso a información sexual, ni han explorado con el sexo en su adolescencia, por lo que la reconstrucción les permite empezar de cero, con todo lo que eso conlleva. Por ello, muchas necesitan también preparación psicológica y mucha pedagogía. «Nosotros siempre llevamos un teléfono a mano para cuando necesiten llamarnos», zanja.

Gracias al trabajo de asociaciones como la Fundación Iván Mañero o Fundación Wassu se ha avanzado mucho en los últimos años. Aún así la ablación sigue siendo un problema para muchas mujeres, incluso si viven en sociedades donde se considera una aberración. Algunas personas consultadas para este reportaje no quisieron prestar su testimonio por miedo a las amenazas o las reacciones en su entorno. «Tuvimos una paciente que se operó y su marido la dejó», afirma la Ruth.
El tratamiento sanitario en España: un problema mal resuelto

Al afectar a una parte tan íntima como es el sexo, las ablaciones solo se detectan cuando las mujeres se quedan embarazadas y tienen que acudir a la matrona o en el ginecólogo cuando visitan la consulta porque las relaciones sexuales les resultan dolorosas. En las niñas se pueden descubrir durante las revisiones pediátricas. Sin embargo, al ser un problema que aún es minoritario, Adriana Kaplan, de la Fundación Wassu advierte: «Hay que formar más a los profesionales para la prevención, muchos están haciendo un gran trabajo en la atención primaria».

Las operaciones de reconstrucción no las financia la seguridad social, sino que dependen de la caridad de las ONGs. Hasta enero de este año no existía un protocolo a nivel nacional sobre la ablación, por lo que muchos profesionales no tenían una guía de actuación cuando se encontraban con un caso en su consulta. «En España hemos conseguido que en Euskadi, desde el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde) se esté implementando un programa en todo el País Vasco. Con el ayuntamiento de Bilbao llevamos dos años poniendo en práctica un programa piloto y Badalona ha sido el municipio pionero», resalta Kaplan.

La enfermera y antropóloga Aina Mangas lleva años estudiando los casos de ablación en Cataluña. En colaboración con Wassu, también forma parte del Grupo Interdisciplinar para la Prevención y el Estudio de las Prácticas Tradicionales Perjudiciales (GIPE/PTP). Reconoce que hay protocolos precisos, pero que se pierden en la práctica por la falta de preparación de los profesionales: «Si en su municipio no tienen mucha población en riesgo, se les puede pasar por alto», asegura la experta. «Para detectar una mutilación en una niña habría que abrir los genitales, si un profesional no tienen la formación sobre esto en concreto, no lo hace», reitera. «Un día un médico de un hospital de tercer nivel me dijo ‘hemos atendido a mujeres subsaharianas, pero estoy tan pendiente del parto que no miro más arriba’. Algunos profesionales ven las consecuencias de la mutilación pero no las relacionan con ella».

Los colegios también son otra ‘fuente’ fundamental para detectar en España los casos de ablación. Cuando una familia cumple los requisitos, especialmente su procedencia y sus costumbres, y anuncian un viaje a su país de origen, saltan las alarmas y se aplica el protocolo tras valorar el riesgo. Sin embargo, los cauces legales tampoco están bien resueltos en nuestro país. «En las escuelas antes llamaban a los Mossos d’Esquadra sin coordinación a nivel territorial», afirma la experta. Una opción que, en principio, Mangas desaconseja mientras incide en la prevención.

En 2012 tuvo lugar la primera sentencia que condenaba a unos padres por haber practicado la ablación a su hija, aunque ellos recurrieron argumentando que la mutilación se había producido en Gambia. Unos meses después, el 8 de abril de 2013, se produjo otro hecho insólito: la Audiencia Nacional condenó a una madre senegalesa a dos años de cárcel y a indemnizar a su hija con 10.000 euros por haberle practicado la mutilación antes (y no durante unas vacaciones) de llegar a España. Estas noticias han hecho que la población en riesgo, que antes hablaba con naturalidad de esta práctica en su círculo de amigos, haya optado por la discreción y se oculte. «Tuve un caso en el que el padre perdió el trabajo porque tuvo que bajar a declarar a Madrid tres veces y la madre estaba aterrada porque no conocía ni siquiera la lengua en la que la acusaban. El resultado fue que la madre volvió con su hija a su país de origen, Senegal», relata Mangas.

Gracias al trabajo de estas ONGs y a mujeres tan valientes como Maika, la ablación comienza a tener presencia en los medios españoles, aportando a las más jóvenes un ejemplo diferente del que las proporcionan las tradiciones. Somalia, Egipto y hace unas semanas, Nigeria, han ido prohibiendo progresivamente esta cruel costumbre. «Mi padre no quería que me lo hicieran y creo que debe haber mucha gente como él, pero necesitan la ayuda de otra gente que explique a todo el mundo que la ablación puede marcarte para toda la vida», sentencia Maika.

http://www.elmundo.es/yodona/2015/08/11/55c7d5be46163f843d8b4580.html

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