En lo alto de un edificio en ruinas una mañana apareció la pintada ‘Te amo, Laura’ junto a un corazón burdamente grafiteado. A las amigas de ella les pareció un gesto muy romántico y hasta la envidiaron. Pasaron meses hasta que se enteraron de que aquella fue la manera que tuvo él de pedirle perdón por el primer puñetazo. A Laura también le gustó el mensaje y no solo le perdonó, sino que se enamoró más todavía: «Pensaba que se había arriesgado mucho para escribir eso allí arriba y que debía de quererme de verdad». Tardó todavía muchas palizas en darse cuenta de que aquello no era amar y de que allí la única que se jugaba la vida era ella.
Entonces Laura tenía 15 años y él era su primer amor. Es una de las chicas de las que hablan las estadísticas, que alertan del aumento de los casos de violencia machista entre adolescentes. Según el Consejo General del Poder Judicial, en 2015 pasaron por los tribunales 162 menores de 18 años, uno cada dos días. Y en el 90% de los casos los jueces consideraron probado el maltrato. Más motivos de preocupación: una de cada cuatro menores asegura haber padecido violencia psicológica por parte de su pareja o expareja en los últimos 12 meses y, según recoge el INE, a lo largo del año pasado 637 chicas requirieron una orden de protección o medidas cautelares por malos tratos. 909 más si contamos también a las de 18 y 19 años (el 10% más que en 2014).
El Informe Anual de la Fundación Anar de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo señala que desde 2009 se ha multiplicado por 10 el número de llamadas de menores por violencia de género. Y estos casos son solo la parte visible de un problema que queda en su mayor parte silenciado por miedo, por falta de información sobre qué hacer y a quién acudir y, sobre todo, porque la mayoría no reconoce como violencia algunos comportamientos que se han normalizado entre los chavales.
Los expertos de Anar constatan con inquietud cómo se banalizan las conductas violentas en el entorno en el que crecen muchos niños y adolescentes. «Observan que las parejas en general discuten y tienen desencuentros, y suponen que la violencia es inevitable en las relaciones. Y esto llega a suceder hasta tal punto que identifican una conducta de acoso o una agresión como amor, preocupación o interés por la persona agredida, en lugar de considerarlo una muestra de desamor e intento de dominio y manipulación», recogen en su informe.
Los alumnos de 4º de la ESO del instituto del pueblo madrileño de Villa del Prado participan en una jornada informativa organizada por el Punto mancomunado del Observatorio de Violencia de Género Los Pinares, auspiciado por la Comunidad de Madrid. Paula Roldán, psicóloga responsable del área de sensibilización de la Fundación Luz Casanova, invita a los chavales a reflexionar sobre lo que entienden por amor. Tienen claro que el cariño, la confianza y el respeto son básicos en las parejas saludables, y que la violencia, los insultos, las mentiras, la manipulación y el machismo resultan comportamientos propios de una relación tóxica. Conocen la teoría, pero en sus certezas empiezan a aparecer grietas cuando la psicóloga plantea, por ejemplo, el asunto de los celos («Ser un poco celoso no está mal», dice una alumna) y del control («Si a él le molesta cómo viste su novia, el problema lo tiene él. Su cuerpo es suyo y puede ponerse lo que quiera», opina otro alumno, pero una compañera le rebate: «Hombre, si a él le sienta mal que lleves eso y a ti te importa él, tampoco pasa nada porque te cambies»). Y por esas rendijas de transigencia es por donde empiezan a colarse el sometimiento y el dominio.
Según el CIS, el 33% de los menores considera aceptable o inevitable que un chico controle los horarios de su pareja, que le impida ver a ciertas personas o le diga qué puede hacer o cuándo quedarse en casa. «La violencia de género es una estrategia de dominio y control que persigue el sometimiento a través de maniobras que al principio tienden a camuflarse en nombre del amor, por eso tienen tanta dificultad para ser conscientes de lo que está pasando y ponerle nombre». Así lo explica Carmen Ruiz Repullo, socióloga y autora del estudio Voces tras los datos impulsado por el Instituto Andaluz de la Mujer. Paso a paso, comienzan a subir una escalera en la que cada peldaño apuntala más el poder de él sobre ella y dificulta su escapatoria. Lo primero es el control (facilitado por los móviles y las redes sociales, instrumentos de fiscalización continua), luego el aislamiento de los amigos y los ‘hobbies’, el chantaje y la culpa, las agresiones sexuales bajo falso consentimiento o por la fuerza, las humillaciones e insultos, las amenazas y la violencia física. Cuando esta se produce ya hay un camino trazado, un vínculo emotivo muy arraigado.
Todo comienza por un ideal, el romanticismo que engloba un sinfín de mitos para justificar lo injustificable: la media naranja, el amor que puede con cualquier cosa, la renuncia y la entrega, los polos opuestos se atraen… El novio de Laura no era agresivo cuando comenzaron la relación. Tampoco el de Ana, otra chica de su grupo, que al principio le enviaba poesías casi a diario. Al tercer mes la cogió del pelo y le hizo lamer del suelo una bebida derramada. Tiene 16 años y ya sabe lo que es vivir aterrorizada. Ha sido vejada, golpeada, amenazada con un arma, violada, encerrada y chantajeada. Todo en nombre del amor.
«Ay Babi, Babi, Babi», le dice a su novia Hache, el personaje que interpreta Mario Casas en Tres metros sobre el cielo, «soy un cerdo, un animal, un bestia, un violento, pero te dejarías besar por mí». Millones de adolescentes suspiran arrobadas por una historia, la preferida entre este público, que repite estereotipos argumentales y roles sexistas que perpetúan el mito del chico malo-niña buena y un modelo de noviazgo que muchas querrían vivir, a pesar de que la igualdad y el respeto brillan por su ausencia. «En los últimos años asistimos a una oleada de películas y series que promueven ese ideal de pasión-sufrimiento, de celos como muestra de amor, y de este como mecanismo para cambiar a la otra persona», escribe Ruiz Repullo.
Y lo mismo ocurre con los libros (las sagas de ‘Crepúsculo’, o ‘After’, por ejemplo) y las letras de tantas canciones (esas que dicen «sin ti no soy nada» o «prefiero morir a tu lado a vivir sin ti»). «Parece que solo existe una única forma de amor: idealizada, total y eterna. Los cuentos clásicos no narran qué sucede durante la convivencia, después de comer perdices. Las series no muestran cómo abordar y gestionar los conflictos de forma no violenta. ¿De dónde van a aprender entonces las nuevas generaciones a relacionarse de forma libre en pareja?», reivindica la psicóloga Paula Roldán, que subraya la necesidad de revisar los mandatos de género, de despojarnos de estereotipos. Esos que dicen que las chicas deben ser educadas en el afecto, la dependencia y el cuidado, y ellos en la fuerza, el poder y la valentía. La desigualdad se aprende (y se desaprende, esa es la clave de la solución) y su expresión más extrema es la violencia contra las mujeres.
Cuentan en la prensa local los vecinos del pueblo mallorquín de Son Servera que Victoria era buena niña y que su novio, «muy violento, la tenía sometida». Llevaban juntos cuatro años. Una vez ella tuvo que ser ingresada en el hospital por una paliza y se impuso contra él una orden de alejamiento, pero seguían viéndose a escondidas. En marzo la estranguló. Ella tenía 19 años.
Señales de alerta para padres
- No sale con sus amigos habituales.
- Se aísla cada vez más, no tiene ganas de salir o de hacer cosas que antes le gustaban.
- Recibe llamadas o mensajes telefónicos que condicionan su estado anímico.
- Cambios de humor constantes (más agudos que los propios de la adolescencia).
- Cambios en su manera de vestir.
- Manifiesta temor o miedo físico con respecto a él.
- Su pareja reclama atención continua, exclusividad y dedicación a tiempo completo.
- Él suele tener una gran capacidad de persuasión y manipulación.
- Acepta comentarios degradantes y humillantes.
- Se siente torpe, insegura y demuestra dependencia del chico con el que sale.
- Él es celoso, controlador y posesivo, intransigente.
Los primeros síntomas
- Ha intentado aislarte de tus amigos. No le gustan y te habla mal de ellos.
- No quiere que vayas a ninguna parte sin él.
- Se pone borde y te monta numeritos. Te avergüenza en público.
- Te ha grabado sin que tú lo supieras.
- Intenta saber quién te llama y vigila tu móvil y tus contactos en las redes sociales.
- Controla tu manera de vestir, de maquillarte, de moverte, de comportarte.
- Se burla de ti, te ridiculiza, te hace sentir que no vales nada. Encuentra defectos en casi todo lo que haces.
- No se fía de ti, te acusa de coquetear con otros. Desconfía de lo que dices y lo comprueba.
- Alguna vez se enfada tanto y se pone tan nervioso contigo que sientes miedo. Dice que le provocas para que salte.
- Te ha pegado o empujado alguna vez.
- Te has sentido obligada a conductas de tipo sexual en las que no querías participar. Pone en duda tus sentimientos por él si no accedes a sus deseos.
- Amenaza con abandonarte si no haces lo que quiere.
- Te provoca sentimientos de lástima o amenaza con suicidarse si le dejas.
- Promete cambios que no cumple.
- Ha difundido mensajes, insultos o imágenes tuyas por internet o móvil sin tu permiso.
Publicado en: http://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2016/11/12/58220fd7468aebca048b4629.html