Artículo publicado en La Marea el jueves 17 de julio de 2014
Acaba de finalizar el Mundial de Brasil, el que certificó (por si no había suficientes pruebas anteriores) que el fútbol no es un deporte. Acabó por fin el Mundial que se realizó por los intereses económicos de una élite dominante en contra de la voluntad de buena parte del país, el gran negocio que dejó como herencia que la derrota es humillante y que aquello que aprendíamos hace unas décadas, “lo importante es participar”, solo era una mentira más. Al menos durante un par de generaciones, madres y padres tendremos que abstenernos de intentar convencer a nuestras criaturas de que hay que saber ganar y perder y que la belleza del deporte está en el trabajo en equipo y en el esfuerzo realizado. En quince días, los señores del fútbol lo han destrozado delante de las cámaras de todo el planeta. Ha acabado el espectáculo y ahora comienzan los números. Entre ellos, dentro de poco sabremos cuántas mujeres y niñas han sido explotadas sexualmente durante la fiesta global -otra evidencia de lo lejos que están los grandes acontecimientos deportivos de su espíritu original es el aumento de la explotación sexual en los lugares en los que se celebran-.
Si el Mundial se hubiese celebrado en Europa con la nueva contabilidad de la UE, la que entra en vigor el 22 de septiembre y que pretende incluir la prostitución en el PIB, ¿se hubiese vanagloriado el gobierno de turno de lo positivo que hubiese sido la explotación sexual para la economía del país en cuestión? ¿Habría podido diferenciar a la hora hacer números entre prostitución y trata? ¿Habrían sabido la edad de las mujeres prostituidas para poder separar las mayores y las menores de edad? Como dejó dicho Clara Coria, el dinero, con independencia de quién lo genere, en términos de poder es masculino. “Algo que ni siquiera se ve, está oculto porque está naturalizado”, explicaba la autora argentina.
Así, los señores europeos del dinero están dispuestos a incluir la prostitución en el PIB a pesar de las conclusiones que la propia Europa publicó hace apenas seis meses en el Informe del Parlamento Europeo sobre explotación sexual, prostitución y su impacto en la igualdad de género. Informe que arrojaba datos como que la prostitución alienta el tráfico de mujeres y niñas, la mayoría de ellas tienen entre 13 y 25 años, y considera que el 62% son objeto de trata con fines de explotación sexual, siendo las mujeres y las niñas el 96% de las víctimas. El informe señala que existe una tendencia mundial a trivializar la prostitución y considerarla una actividad normal, con fines de «diversión», y por eso recuerda que el Parlamento Europeo reconoce que la prostitución y la explotación sexual son cuestiones con un gran componente de género y constituyen violaciones de la dignidad humana contrarias a los principios de los derechos humanos, entre ellos la igualdad de género, y, por tanto, son contrarias a los principios de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Además, según el Informe, la prostitución es un factor importante en el crimen organizado, solo por detrás de la droga en cuanto a su alcance y a la cantidad de dinero que genera. El sitio web Havocscope calcula los ingresos procedentes de la prostitución en unos 186 000 millones de dólares estadounidenses anuales en todo el mundo.
¿Esquizofrenia Europea? Más bien parece que las corbatas de la UE ni siquiera se han leído el Informe de la Comisión de Derechos de la Mujer e igualdad de género del Parlamento. ¿A quién le importa la explotación de millones de mujeres y niñas frente a lo lustrosas que pueden salir las cuentas macroeconómicas? Si España, según el gobierno del PP, se recupera -aún a costa de que 2,3 millones de menores vivan bajo el umbral de la pobreza y miles de ellos sufran malnutrición-, no va a pararse la recuperación europea por una pequeñez como la explotación sexual.
Millones de vidas ya han sido destrozadas sin remedio pero hay cuestiones, como recorrer el camino de la normalización de la esclavitud sexual, que aún se pueden evitar. La regeneración democrática no pasa solo por la reforma del sistema electoral.