por Ángela Escribano Martínez
“Desconocida”. Así había sido escrito hacía unos meses en el registro de entrada de pacientes. Y ese “Nombre: desconocida” me golpeó amargamente el alma. Trabajo en el Servicio de Medicina Intensiva en un hospital público. El secreto profesional, que me obliga, no me permite dar más, solo diré que era una mujer prostituida a la que habían atropellado en una carretera y a la que habían abandonado tirada en la cuneta en un estado muy grave. Había fallecido pocos días después.
Yo no la vi, pero… le puse cara y hasta sonrisa. Y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. y, sobre todo, me bombardea un montón de preguntas que me hago sin parar: ¿Habría sido querida de niña ¿Habría tenido amiguitos y amiguitas para jugar en la calle?¿Qué querría ser de mayor en aquellos tiempos de juegos? ¿Estudió? ¿Estaba enamorada? ¿Tenía hijas o hijos? Y sobre todo… ¿Cómo llegó aquí, qué le prometieron, cómo la trajeron? ¿Cómo sobrellevaba esta esclavitud? ¿Qué esperaba de esta sociedad? ¿Alguien la aguarda de vuelta en su país?
Nunca se supo su identidad, ni su nacionalidad. Su cuerpo estuvo durante días en la morgue del hospital sin que nadie la llorara, ni la quisiera, ni la reclamara….una perfecta ignorada, una mujer vendida, traficada, secuestrada….como tantas otras, una mujer anónima. Pienso en tantas mujeres en los arcenes, orillas de la vida, en desoladores polígonos industriales de pueblos y ciudades, en prostíbulos, en casas alquiladas, en coches, en camiones, deambulando por parques… Mujeres sin rostro, mujeres a las que han robado su dignidad, sin derechos de ciudadanía, sin derechos humanos, sin papeles, sin sanidad, sin un presente y sin un futuro. Mujeres de “Nombre: desconocida”.
Ahora, se debate en mi ciudad la Ordenanza que pretende regular la prostitución callejera y que –como es éticamente obligado – está teniendo un rechazo por parte de la ciudadanía, entre la que me encuentro. ¡Son tantas las razones…!, ¡son tantos los motivos…!, Sobre todos porque es una ordenanza policial que lo que pretender es esconder la vergüenza de las miradas de “la gente bien” que pasea por las calles céntricas de la ciudad. De nuevo el trasvase de la vergüenza de una sociedad del centro a las afueras, donde la “gente bien” no las vea: “las desconocidas”, las victimas en esas carreteras a las que se las lleva para no volver.
Según la Organización de Naciones Unidas, este negocio reporta anualmente —y me ciño a datos exactos— unas ganancias entre 5 y 7 billones de dólares y moviliza a unos 4 millones de personas. Pero no es un negocio, es un delito, como lo es el tráfico de drogas, un delito que hay que combatir con los instrumentos que el Estado de Derecho pone al servicio de los Gobiernos para impedir que se produzca o, en su defecto, detener y castigar a quien lo comete, el traficante. En este sentido, una de las recomendaciones pactadas en la Unión Europea, es la necesidad de dotar de muchos más recursos a la policía y a los jueces para la lucha contra el tráfico de personas, en este caso, contra el tráfico de mujeres para su explotación sexual. El noventa y cinco por ciento de las mujeres que se prostituyen están coaccionadas y más del noventa por ciento son inmigrantes sin papeles.
El Convenio para la represión de la trata de personas y la explotación de la prostitución como marco recoge el compromiso de castigar a todas las personas que para satisfacer las pasiones de otras concierten la prostitución de otra, aún con su consentimiento. Cuando estamos considerando al cliente, al mal llamado, a nuestro parecer, cliente, tenemos que decir que en España está bien visto, está valorado positivamente, no está desprestigiado. Los clientes suelen ser invisibles, nadie les acosa, nadie les amenaza, da igual que se aprovechen bien de la esclavitud o de la pobreza o de la ignorancia o de la drogadicción.
Se calcula, que el treinta por ciento de los españoles practica el sexo con putas. No tienen ningún reproche social ni penal y, por ello, no puede haber una ordenanza que lo regule, porque resulta necesario trabajar para que exista un claro reproche social contra prostituidores, contra los proxenetas y contra quienes se enriquecen de las mujeres a través de la compra del sexo.
Tenemos que acabar con esta esclavitud, con esta violencia, se lo debemos a ellas, a las de “Nombre: desconocida”. y ellas… lo esperan de los ciudadanos de esta sociedad, hombre y mujeres.
Ángela Escribano Martínez
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