Ernesto Masramón
Para comenzar a tratar esta problemática debemos hacer una introducción acerca de lo que se considera como violencia simbólica. Hablamos de este tipo de violencia, siempre que se lleva a cabo una acción racional en donde el «dominador» ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los «dominados», los cuales no la evidencian o son inconscientes de dichas prácticas en su contra, por lo cual son «cómplices” de la dominación a la que están sometidos.
Podemos afirmar que diariamente convivimos con múltiples tipos de violencias simbólicas, erigidas, principalmente, desde los medios hegemónicos de comunicación, y demás instrumentos culturales de los que se vale el sistema para seguir fomentando prácticas desiguales y provocar en el común de la gente un sentimiento de naturalización de ciertas conductas. Es así, que se produce un proceso recíproco de desigualdad en donde cada uno regenera en el otro un mismo sentimiento de discriminación y opresión que se constituye como base cultural para la justificación del sexismo, la homofobia, la xenofobia o demás discriminaciones.
Es normal y recurrente que al hablar de violencia hacia las mujeres aparezca en el imaginario colectivo automáticamente la imagen de una mujer golpeada, de abuso o demás violencias físicas, pero nunca aparezca (por lo menos desde un análisis superficial) la visión de estigmatización y violencia simbólica. Creemos que esto no es casual, estamos viviendo un panorama en donde las mujeres de todo el mundo sufren constantes discriminaciones y mal tratos por el simple hecho de ser mujeres. Esta violencia, tan peligrosa como la violencia física, nos acosa y nos interpela constantemente, escondiéndose detrás de un proceso de naturalización cuya función consiste en transformar estas situaciones alarmantes de violencia en situaciones cotidianas, quitándole su connotación negativa. Aquí vemos claramente el papel de los aparatos mediáticos como encargados de que día a día se siga construyendo un sistema hetero-patriarcal en donde se oprime a la mujer y se la encasilla en sus tareas.
Son múltiples los ejemplos que podemos nombrar acerca de esta construcción opresiva, desde los estereotipos de belleza que constantemente circulan por los medios, que no hacen más que utilizar de modelo a ciertas mujeres que cumplen con los requisitos considerados como “estéticos”, marginando y dejando de lado a todas aquellas mujeres que no logran encajar en estas imposiciones de lo “bello” (cabe aclarar que esta imposición estética recae sobre ambos sexos, pero considero que en el caso de las mujeres, al ser constituidas desde la hegemonía como objetos netamente sexuales, sufren exigencias más severas en tal sentido) como así también los múltiples rótulos y encasillamientos que se hacen del supuesto «rol de las mujeres» y su papel en la sociedad, entendiéndola muchas veces como un simple objeto sexual y desligándolas de ciertas actividades por considerar a estas como “masculinas” . Este rol de la mujer, la interpreta como un ser delicado, tierno, y sumiso; postula que la mujer debe encargarse de las tareas domesticas, ejerciendo así una doble opresión sobre ella (la domestica y la laboral fuera del ámbito del hogar), determina que toda mujer debe ser madre, puesto que esto generará la futura mano de obra necesaria para el sistema, y así también establece una heterosexualidad obligatoria, discriminando a todo aquel que tenga una orientación sexual distinta a lo considerado “normal” por la sociedad.
También observamos un caso muy claro de violencia simbólica cuando analizamos nuestro lenguaje diario. Encontramos reglas netamente sexistas, términos despectivos respecto a la mujer y términos generalizadores que estipulan esta generalidad desde lo masculino. Si entendemos que el lenguaje es una traducción directa de lo que sucede en las relaciones sociales, es fundamental comenzar a replantearse ciertos usos y reglas como base para fomentar modos de comunicación más igualitarios y sensibles a estas problemáticas de género.
Entendiendo el panorama, nos encontramos frente a una situación complicada, en donde abundan prejuicios, estigmas y estereotipos. En donde cada persona posee un “sentido común” de lo que debe ser femenino y masculino, encubriendo de esta forma múltiples violencias indirectas, violencias simbólicas.
Podemos afirmar que para que exista una verdadera emancipación de las mujeres es menester que todos los aparatos culturales que realizan estas prácticas discriminatorias sean desmantelados, entendiendo que es la base para partir hacia una verdadera conciencia contra el patriarcado. Así mismo consideramos que cada individuo debe hacer una revisión acerca de los actos discriminatorios y violentos que realiza día a día, entendiendo que estamos inmersos en un mundo mediático totalmente sexista y que por consiguiente nadie está exento de traer consigo prácticas que fomenten y regeneren este sistema de dominación.
Es nuestro deber luchar por medios alternativos e inclusivos en donde se contemplen todas estas problemáticas y en donde se pongan en juego reglas que verdaderamente destruyan al patriarcado de raíz. Consideramos que este, como sistema de dominación, se complementa perfectamente con el sistema capitalista en el que vivimos (también sistema de dominación y opresión) entrelazando sus fuerzas y métodos, transformándose de alguna forma en un mismo monstruo que atenta contra la verdadera libertad de hombres y mujeres. Por ende consideramos que para llevar a cabo verdaderas prácticas de liberación es fundamental que ampliemos nuestras luchas, para que de una vez por todas podamos destruir a estos sistemas alienantes opresivos y violentos con los que diariamente convivimos, entendiendo que detrás de toda practica desigual existe una norma cultural regida por los intereses de los de arriba, que no pretenden más que seguir regenerando la situación.