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Si el machismo defiende al macho, el «masculinismo» defiende lo masculino como referencia identitaria de los hombres, es decir, defiende al machismo, que es lo que define y ha definido históricamente la identidad de los hombres bajo la referencia de la cultura patriarcal que ellos crearon, para que «lo masculino» fuera el modelo universal de toda la sociedad y «lo femenino» quedara reducido a los ámbitos de lo doméstico y supeditado a lo de los hombres.
Pero el machismo es mutante en sus formas para adaptarse a cada momento histórico sin renunciar a sus posiciones de poder y privilegios, de ahí su estrategia de «cambiar para seguir igual» que le ha permitido adaptarse sin transformarse, y luego hacer creer, con su influencia, que los cambios adaptativos en verdad eran transformadores de su identidad.
La estrategia actual del machismo es el «posmachismo», ese intento de revestir de neutralidad sus exigencias y planteamientos para generar la confusión necesaria que lleve a la duda, a la pasividad y a que todo siga igual. Y el «posmachismo» sabe que la batalla del lenguaje es clave para afianzar posiciones y definir realidades, por eso su interés desde el principio de contrarrestar el feminismo diciendo que era lo mismo que el machismo. Cuando fracasaron en esa burda comparación inventaron la palabra «hembrismo» para que la etimología no fuera obstáculo en la crítica de las propuestas a favor de la igualdad que se hacían desde el feminismo, y al mismo tiempo la acompañaron de palabras como «feminazi» y «mangina» para que la crítica no se quedara en las ideas y llegara a las personas que las proponían.
Pero como han comprobado que el discurso «machismo» versus «hembrismo» se presenta como conflictivo y cargado de agresividad y violencia por su parte, algo que refleja su machismo latente, han dado un paso más en busca del camuflaje de la neutralidad a través del lenguaje y ahora hablan de «masculinismo», el cual aparece con «ph neutro» y comparable en sentido al concepto de «feminismo». De este modo, aunque sus palabras cargadas de ataques contra la igualdad son las mismas, su imagen es diferente, y se presentan como más proactivas en busca de esa «igualdad real» que suponga dirigir las mismas acciones para hombres y mujeres y, de ese modo, mantener la desigualdad existente, sin entrar en el significado histórico que ha dado origen a la misma.
El «masculinismo», tal y como se aprecia en las redes sociales en palabras de sus «porta a voces», porque hablan a base de ataques y cargados de agresividad, no reivindica la igualdad, aunque habla de ella para que la igualdad sea lo que ellos decidan que debe ser la igualdad. Es lo que han hecho los hombres a lo largo de toda la historia al tutelar a las mujeres y lo de las mujeres, y que ahora pretenden seguir haciendo en lo social y en lo individual, como cuando el marido dice en nombre de la libertad y de su igualdad, «yo dejo que mi mujer haga lo que quiera».
La propia estrategia del «masculinismo» demuestra el fracaso de la posición machista en la sociedad, a pesar de que aún mantienen mucho poder y toda la violencia para hacer daño, pero como en verdad van perdiendo espacio. Ahora necesitan exhibir su machismo y elegir presidentes como Donald Trump y contar con columnistas y locutores que se hagan eco de sus palabras, para que la parte nostálgica de la sociedad se de cuenta de que ellos y su machismo siguen presentes en una nueva realidad cada vez más crítica con la desigualdad y el machismo.
El «masculinismo» es la plasmación social de una de las estrategias que más utiliza el posmachismo al presentar a los hombres como víctimas de las mujeres y de la situación social.
El error del machismo y de su «masculinismo» es no ver que el feminismo defiende la igualdad, no a las mujeres contra los hombres, sino la igualdad sobre la injusticia histórica que ha creado la desigualdad, y con ella la discriminación, el abuso, la violencia… que las han apartado de las posiciones donde deberían haber estado para que la convivencia y las relaciones se construyeran y desarrollaran con las aportaciones de hombres y mujeres. Por ello el feminismo parte de la visión crítica de las mujeres y reivindica su presencia y protagonismo, porque los hombres nunca se han preocupado de hacerlo en los miles de años que llevan dirigiendo la sociedad desde sus posiciones de poder. El resultado final, por tanto, será la igualdad para toda la sociedad, y ello exige corregir la desigualdad en quien la sufre, o sea, en las mujeres.
El «masculinismo» es «lo de los hombres», «para los hombres», «desde los hombres» y «con los hombres», por eso recurren a los mismos argumentos de las denuncias falsas en violencia de género, a que las mujeres también son violentas, a la custodia compartida impuesta con independencia de las circunstancias de la relación de pareja, a que las mujeres son malas y perversas y alienan a sus hijos e hijas contra los padres a través del SAP (síndrome de alienación parental)… es decir, las mismas razones del machismo y las mismas que el posmachismo maquilla, pero ahora como si sugieran de un planteamiento reflexivo nacido del «ataque» que la igualdad y sus medidas suponen contra los hombres y su masculinidad.
El «masculinismo» es la plasmación social de una de las estrategias que más utiliza el posmachismo al presentar a los hombres como víctimas de las mujeres y de la situación social: víctimas de denuncias falsas, de suicidios, de mayor tasa de accidentes de tráfico y laborales, de menor vida media… El «masculinismo» es la elevación a lo social del «hombre víctima de la igualdad», bien por acción o por desconsideración, y por lo tanto, se presenta como «victimismo masculino» para fijar la atención sobre los hombres sin cambiar nada en los hombres.
Y es cierto que los hombres tienen muchos problemas, nunca ni nadie los ha ocultado ni cuestionado, pero la solución está en la igualdad, no en más desigualdad. O lo que es lo mismo, la respuesta es el feminismo, no el «masculinismo».
Fuente: http://www.huffingtonpost.es/miguel-lorente/masculinismo_b_14524714.html