Por Miguel Lorente
Las elecciones en democracia tienen la extraña capacidad de enfrentarnos a nuestros sueños y a nuestros miedos, y de hacerlo al mismo tiempo. Quizás por eso al final la mayoría de la gente, con independencia del resultado, siente haber perdido algo, aunque sólo sea la oportunidad de seguir soñando.
Estos días de campaña son muy gráficos en ese juego de deseos y realidades, y mientras que hay quien va a la sociedad como una oportunidad de cambiarla para acabar con sus desigualdades e injusticias, también hay quien la ve como el terreno sólido sobre el que seguir levantando su estructura de poder y privilegios, aunque sea a costa de los derechos de los demás.
Los temas que habitualmente forman parte de los debates de campaña son los que preocupan a la sociedad según las encuestas y los Barómetros de CIS, y los candidatos no viven al margen de esa misma sociedad, aunque su distancia a las aceras sea inversamente proporcional al número de pasos que ahora dan por ellas durante la campaña.
Por eso, con frecuencia el lenguaje interno de la política lleva al silencio con la sociedad, y por ello el silencio se trata de llenar con palabras huecas que ocupen mucho espacio y permanezcan tiempo en el aire, como pompas de jabón, para que así vayan de tertulia en tertulia o de tuit en tuit. Pero en realidad no dejan de ser silencio envuelto en letras.
Es lo que ocurre con la violencia de género y la desigualdad. Si un grupo terrorista tuviera amenazada a la mitad de la población, y cada año asesinara a 60-70 personas y maltratara a 700.000, no habría otro tema en el debate de la campaña ni propuesta que no girara alrededor de ese grave problema. Nada podría ser más importante que acabar con esa amenaza y su dramático resultado.
La violencia de género no es como cualquier otra violencia
Sin embargo, que el machismo tenga amenazadas y discriminadas a las mujeres, que cada año asesine a 60-70 y maltrate a 700.000, no sólo no genera debate más allá de cada homicidio, sino que hay un partido que aspira a gobernar (Ciudadanos), que ha tomado como suyo el discurso posmachista y plantea abordar la violencia de género como si se tratara de cualquier otra violencia. Y encima dicen hacerlo en nombre de la Igualdad.
Ninguna otra violencia cuenta con un 3% de población que diga que es aceptable en determinadas ocasiones (Eurobarómetro, 2010), ni hay otras violencias que lleven a que el 44% de las personas que las sufren manifiesten que no denuncian «porque la violencia sufrida no ha sido lo suficientemente grave», o a que el 21% no lo haga porque !se sienta avergonzado» (Macroencuesta, 2015). Ninguna otra violencia cuenta con un 30% de la juventud que indica que cuando un hombre pega a su pareja (mujer) es porque ella habrá hecho algo (Centro Reina Sofía, 2015), ni juega con la pasividad como cómplice cuando el 70% de los hombres refiere que no haría nada si ve a un amigo golpear a su pareja (mujer) (Estudio del Ayuntamiento de Málaga, 2015). Ni tampoco hay violencia alguna que cuente con la ayuda de una parte de la sociedad, que de manera constante y beligerante trata de ocultarla bajo la confusión y la negación hablando de «denuncias falsas» y de que «todas las violencias son iguales».
Y eso es así porque quien amenaza a las mujeres, las maltrata y las asesina es el machismo; y el machismo es la esencia de la cultura que nos organiza y nos dice cómo relacionarnos.
El ejemplo más manifiesto de esta complicidad social machista en la violencia de género nos lo muestra el CIS a través de sus Barómetros. No hace falta que nos vayamos muy lejos. Si nos quedamos con el último publicado (noviembre), justo el que nos dice cómo está la sociedad que el próximo día 20 se enfrenta a sus sueños y a sus miedos en las urnas, la violencia de género, con sus 60-70 homicidios y sus 700.000 casos de maltrato, sólo es un problema grave para el 0’8% de la población.
Los machistas también votan, los partidos lo saben y por eso alguno sólo responde cuando los homicidios toman la palabra. Entonces sí, entonces no faltan propuestas y compromisos, pero sin que en la mayoría de los casos logren traspasar el silencio que regresa conforme los días dejan atrás el dolor.
Ciudadanos ha dado un paso más intentando captar explícitamente el voto machista. No ha sido un error, es parte de una estrategia, así lo demuestran los argumentos posmachistas utilizados para justificar su iniciativa y la feroz defensa que hacen de ella en las redes.
Las políticas sobre violencia de género no pueden ir al margen del resto de las políticas. Hablamos de Igualdad y de Derechos Humanos, no de sucesos ni de unos cuantos hombres, por eso no puede haber éxito en las medidas dirigidas exclusivamente a abordar el resultado de esta violencia. No habrá seguridad para las mujeres en una sociedad machista, de ahí que la única solución sea transformar el machismo en Igualdad, y ello también exige acabar con los mensajes confusos que siguen responsabilizando a las mujeres de todos los males, incluso de la propia violencia que sufren.
Si no acabamos con las causas habrá más homicidios. Ninguno de los 54 hombres que asesinaron en 2014 han asesinado en 2015, ni los 52 asesinos de este año matarán en 2016, el problema no está en ellos, sino en el machismo que los alimenta a todos y en el posmachismo que incita a cada uno de los agresores.
Dejarse sorprender por la realidad sólo demuestra la distancia que se guarda para protegerse de ella. Es más sencillo estar el margen y ver los problemas pasar que enfrentarse a la corriente de los días, por eso hay quien se refugia en los miedos en lugar de exponerse a los sueños.
La Igualdad y la Paz no pueden dar miedo, ni pueden ser sólo un sueño.