Por Marta Nebot
Me separé regular y nunca pasamos por un juzgado. Tenemos un hijo en común y conseguimos acordar cómo criarlo. Soy una afortunada y este fin de semana todo lo ha ido subrayando.
Desde que conocí a la primera madre protectora lo tengo más presente, porque al conocer sus historias el miedo acecha y la conclusión es aterradora: las mujeres ante la justicia, cuando hay niños de por medio, podemos estar más que solas.
Y no lo dicen ellas, las que se han encontrado con un padre maltratador o abusador y con un Estado que golpea aún más; lo dice Naciones Unidas, que ha estudiado sus casos, lo dice Teresa Peramato (la Fiscal de Sala Delegada de Violencia sobre la Mujer), lo dice una investigación realizada por tres universidades de este país —que está pasando desapercibida—, lo dicen los más de 400 profesionales que se han reunido en Maracena (Granada), este fin de semana, para poner los puntos sobre las íes en el II Encuentro Estatal de Violencia Vicaria y Violencia Institucional.
En privado me lo han reconocido hasta abogados de derechas que no vienen a estas cosas. Cuando hay abusos sexuales todo se vuelve aún más pesadilla, a pesar de la nueva ley de protección de infancia y adolescencia de 2021. Si no pillan a los abusadores con las manos en la masa —y ni por esas—, las declaraciones de los niños casi nunca bastan. Los niños no repiten el relato de su horror siempre igual. La idea de que las madres les meten esos horrores en la cabeza sigue provocando nuevos espantos que se solapan a los que ya sufren estas víctimas tan pequeñas. Hace falta tiempo y valentía para identificar las huellas de estos dolores; y, ante la insistencia de las madres, hay jueces que terminan quitándoles la custodia y entregándosela al, cuando menos, sospechoso de crímenes asquerosos. Es una incongruencia del Estado de Derecho o un crimen de Estado. Es, sobre todo, una tortura para esos niños y para las madres que intentan protegerlos.
En este encuentro nos hemos juntado madres protectoras, abogad@s, juezas, políticas, activistas, pediatras, psicólog@s, periodistas, amig@s, conocid@s, indignad@s… Ha sido doloroso y emocionante sentirnos en lo mismo y ser conscientes de lo que enfrentamos mientras recopilábamos hechos, datos, penas y solidaridad.
Como dijo en una de las charlas Miguel Lorente, el médico forense y profesor de universidad, esto va de trascender una cultura milenaria que nos considera propiedad del varón y, por lo tanto, al fruto de nuestro vientre igual.
Una madre con una bebé de pecho, de tres meses, y sus balbuceos se mezclaban desde el patio de butacas con los sonidos de arrancamientos, de declaraciones en juzgados, de datos y números que también chillan. Para quien no sepa lo que es un arrancamiento, es lo que se oye cuando el Estado arranca a un niño de los brazos de su madre. Fue revelador revivir y tener presente, en medio del espanto, esa ternura de dar de mamar, ese vínculo de la carne, de la vida dando vida, de eso tan real y tan frágil, tan puro amor que resulta pura crueldad negarlo y destruirlo.
Miguel Lorente añadió que no hay neutralidad posible: o hacemos algo para pararlo o no hacerlo es hacerlo para que no. Necesitamos una transformación social en cada cabeza; una que no se puede alcanzar por decreto. La abogada Carla Vall i Duran me dijo en una de las comidas: quizá sí que existe una ideología de género, la de ellos.
Sin embargo, un abogado de derechas que reconoció que entendía y conocía bien el problema me confesó entre bambalinas hace pocos años que ha dejado estos casos porque tiene dos hijas y le cuesta volver a casa sabiendo lo que les pasa a otras y no puede remediarlo.
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