¿Amar o depender?

Ago 25, 2013 | General

Cuentan que un bello príncipe estaba buscando consorte. Gentes aristócratas y adineradas habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los y las postulantes se encontraba una joven plebeya que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
-«Príncipe, te he amado toda mi vida. Como soy pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor… Estaré cien días sentada bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas…Esa es mi dote…»
El príncipe, conmovido por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
-«Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás».
Así pasaron las horas y los días. La pretendiente estuvo sentada, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amado, la valiente vasalla siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura del príncipe, el cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar a la futura monarca consorte. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad del infante, la joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, una niña de la comarca le dio alcance y le preguntó a quemarropa:
-«¿Qué fue lo te que ocurrió?, …Estabas a un paso de lograr la meta…,¿Por qué perdiste esa oportunidad?, …¿Por qué te retiraste?…»
Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja:
-«Mi amado príncipe no me ahorró ni un día de sufrimiento…Ni siquiera una hora… No merecía mi amor…».
El merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotras mismas a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión. Que se menosprecie, ignore o desconozca firmemente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, ligereza. Cuando amamos a alguien que además de no correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibida en algún lugar, recojo y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera. No hay vuelta de hoja.
En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin «mala intención», puede que te merezca pero no te conviene…

Adaptación del cuento de Walter Riso «¿Amar o depender?»