Por Pilar Aguilar. Analista de ficción audiovisual y crítica de cine. Licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad Denis Diderot de París
Que dicen l*s defensores de la libertad a ultranza que, siempre que sea consentida entre adultos, la prostitución está bien.
Y que nos dejemos de pamplinas: la libertad es bien supremo e inalienable. Si alguien quiere comprar algo y otro alguien (adulto consintiente) se lo vende ¿qué hay de malo? ¿Quiénes somos nosotros para impedírselo? ¿Un*s pacat*s dictatoriales? ¿no hemos comprendido aún que fuera del credo neoliberal no existe salvación?
Incluso hay quien afirma que prostituirse es empoderador para las mujeres (sobre todo para las pobres, esas que no pueden empoderarse estudiando arquitectura ni dirigiendo un banco) porque así viajan, conocen mundo y porque, qué caramba, tener la polla de un europeo en tu boca, da mucho poderío.
Lo mismo podríamos afirmar de los vientres de alquiler.
Y ya puestos ¿por qué no la compra-venta de órganos? siempre que sea consentida entre adultos, por supuesto. Práctica, además, que si se legalizara, podría hacerse con todas las garantías sanitarias, tanto para los receptores como para l*s “donantes-voluntari*s-con-compensación-económica” (sigamos el ejemplo del negocio de los vientres de alquiler y utilicemos perífrasis que queden monas).
Y, ojo, que yo soy de izquierdas, o sea, muy compasiva y muy buena y, por lo tanto, esta legalización la pido pensando ante todo en el bienestar y la salud de es*s pobres que libremente deseen vender una parte de su cuerpo.
Aunque habrá pobres que sean excesivamente aprensiv*s, tengan un descomunal apego por sus órganos o -a pesar de la compensación económica antes mentada- carezcan de suficiente generosidad y empatía con los ricos de este mundo (y casi cualquiera es rico comparado con ell*s).
Pensando en pobres pusilánimes se puede instaurar la opción -menos rentable, por supuesto, pero interesante- de compra/venta de sangre; esa sangre de la que tan cruelmente adolecen los hospitales en Europa.
Esta compra-venta de órganos y sangre sería un éxito lucrativo rotundo: estoy segura de que, en ciertos países de América del Sur, África, Asia y Europa del Este (por no hablar de los campos de refugiados que son una mina en potencia) saldrían muchas más candidatas (incluso algún candidato) para este comercio que para el de la prostitución.
Muchas más, sí. No solo porque sabemos que hay mujeres muy puritanas que prefieren vender un órgano o alquilar su útero antes que estar encerradas durante años –y con final incierto- en un burdel de carretera con las pollas de los europeos metidas por donde les quepan (y sin enterarse de lo empoderante que es su estado). También el negocio sería exitoso porque esas personas que tontamente sueñan con tener una casa, montar un pequeño negocio, educar a sus hijos caso de poder, prefieren hacerlo sin moverse de su país. Y no hablemos de los campos de refugiados donde hay tantas mujeres con urgencia de cruzar una frontera o, simplemente, comer ya. Seguro que, tanto las primeras como de las segundas prefieren pájaro en mano a ciento volando: “30.000€ aquí, ahora y dame tu córnea”.
En torno a esta propuesta de libre comercio tan moderna que hago, conviene puntualizar un par de asuntos: aunque la legalización induce más permisividad social y moral, sin embargo, la compra-venta de órganos o de sangre, lejos de multiplicarse exponencialmente, disminuiría. O sea, menos personas querrían comprar y vender –no me preguntéis por qué pero los partidarios de legalizar la prostitución es lo que aseguran, que se legaliza y las nuevas generaciones, lejos de interpretar que “ancha es Castilla”, se van a ir educando en lo contrario-.
En consecuencia: sí, yo creo firmemente que la legalización hará que el tráfico disminuya. Desde aquí veo vuestra cara de incredulidad. Bueno, vale, lo admito, se comprarían y se venderían muchos más órganos pero cesaría el tráfico ilegal porque entonces (tampoco se sabe bien por qué) se perseguía lo que ahora no se persigue (o se persigue con tan poco éxito)…
Y veo que seguís con la cara de incredulidad… Me diréis que siempre habrá quien no quiera pagar por un riñón 50.000€ si puede conseguirlo por 10.000€, igual que hay quienes no querrán pagar por “una puta” 30€ si pueden tener otra por 15€ (con o sin papeles, que ellos son puteros, no inspectores de trabajo, caramba). Máxime considerando que las mafias ilegales también les garantizarán la “calidad de la mercancía” e incluso podrían proporcionar menores o cualquier otro capricho mal visto por la ley (la ley es que, a veces, intenta poner trabas a la libertad, recordad lo que decía Aznar sobre el vino y la conducción).
Los que tienen “sensibilidad” social de izquierdas pueden argumentar además: ¿cómo les vamos a negar un riñón a los menos ricos de Europa porque solo dispongan de una cantidad limitada de dinero? Si no pueden pagarse una córnea de primera que por lo menos tengan acceso una de segunda categoría…
Cada hombre, para su confort sexual, puede comprar o alquilar una mujer ¿por qué no va a poder comprar sangre u órganos para su salud? ¿Por qué? Y poniéndose en el lugar de “l*s-generos*s-donantes-con-compensación-económica”: ¿acaso no da más asco vender los propios orificios que la sangre? La prueba: ¿cuántos hombres que no chuparían el coño a cualquier mujer o la polla de otro hombre, ni consentirían que se la metieran por el ano por 20€ o 30€ les venderían, sin embargo, medio litro de sangre?
Y ya salen los tiquismiquis preguntando: ¿Qué hacemos con el tráfico de órganos de niños? Porque seamos sinceros: nadie quiere ponerle a su criatura de cinco años el órgano de una persona de treinta…
Sí, es duro el dilema pero yo tengo claros los límites y solo acepto la compra-venta entre adultos consintientes. Y ya veo –soy una adivina y veo todo- las objeciones de algún*s: si la venta de órganos se normaliza y se considera un comercio como otro cualquiera para los adultos ¿por qué vamos a ser tan estrictos con la infancia, sobre todo cuando está en juego la salud de nuestros hijos? Además, lo que sobran en el tercer mundo son criaturas. Por otra parte, con lógica impecable, alegan que los menores, por definición, dependen de sus padres y si los padres son adultos consintientes…
¿No veis qué floreciente es el turismo sexual de pedófilos? Y muchos no son niñ*s raptados, no. Sus familias los venden o los alquilan (por días, según explica un experto que viven en Tailandia) ¿Es que preferimos -cegad*s por un estúpido puritanismo- que esos niños -y sobre todo esas niñas- mueran de hambre a que hagan feliz a un rubicundo holandés?
A ver, que vivimos en el siglo XXI, que ya está bien de pamplinas, que hay que mirar las cosas como son y hay que dejarse de moralismos desfasados.
Y yo, ya lanzada, pienso en otras profesiones estupendas que pueden abrir oportunidades inauditas para l*s pobres del mundo o para que alguna joven de clase media de nuestro país –tipo Caye, la protagonista de Princesas- pueda pagarse sus caprichos.
Propongo, por ejemplo, la profesión de “Receptor de iras y frustraciones”. Aquí, en Europa, vivimos situaciones duras y de mucho estrés. Igual que la sexualidad es natural y no debe reprimirse, la agresividad también es natural y tampoco debe reprimirse. Además, muchos varones ya están hartos de insultar siempre a la misma y necesitan variedad.
Igual que se alquila el cuerpo de una mujer para darle salida a las “necesidades” viriles, podría alquilarse el cuerpo de otra gente (no tienen por qué ser mujeres) para insultarlos, gritarles, llamarles de todo, escupirles (habrá incluso quien prefiera un escupitajo a un chorro de semen, que hay gente pa tó) o darles un bofetón (que una bofetada no ha matado a nadie).
Con diferentes tarifas, claro, según el “servicio” requerido y según el medio, el ambiente en que se haga, la categoría del o de la “Receptor/a de iras y frustraciones”, etc. No va a costar lo mismo insultar a una negra que no sabe quizá ni hablar español que insultar a una universitaria de Palencia. Ni va a costar lo mismo pegarle un bofetón a una tía buena que a una vieja (aunque hay perversos que prefieren una vieja porque así realizan la fantasía de pegarle a su madre…).
En fin, con todas esta posibilidades ante sí, l*s pobres que se mueran de hambre será porque quieren, carecen de ambición y/o deseos de empoderarse.
Publicado en: http://tribunafeminista.org/2016/07/nuevas-maneras-de-ganarse-la-vida-y-de-paso-empoderarse-eso-dicen/