Sonríe, coño.

Ene 10, 2017 | Feminismo, General, Violencia

image   Fotografía de Sofía Boriosi

Sonríe.
Lleva tacones.
Lleva maquillaje.
No lleves piercings.
Sonríe.
Ríeles todas las gracias a los señores con traje.
Finge que no te das cuenta cuando te miran el culo.
Sonríe más.
Nunca digas «no».
Sé profesional, aunque sean las cuatro de la tarde y ellos ya se hayan tomado tres cervezas.
Finge pasión por tu trabajo.
Sé una señorita.
Sonríe.
SONRÍE.

Estoy colocando una mesa en un cóctel de un lujoso hotel, con los pies doloridos y los nervios de punta. Llevo varias horas trabajando como azafata en una feria comercial que odio y aún me quedan varias más hasta poder quitarme los zapatos y decir palabrotas en voz alta. Entonces se me acerca una compañera con la que llevo haciendo migas todo el día. Tiene en la cara una sonrisa quebrada, forzada. «Tía, vas a flipar con lo que me acaba de pasar». Me lo dice con una risita que no tiene nada de risa, y antes de que diga nada, yo ya sé de qué va esto. Sé que me va a relatar algún tipo de acoso, porque ya he visto esa cara antes, la cara de intentar quitarle importancia y tomártelo como una anécdota cuando lo que sientes es muy, muy distinto.

«Pues iba a entrar en el hotel y había un hombre en albornoz fuera y cuando he pasado por delante… me ha enseñado el rabo».

Y se ríe. Se ríe con la boca, pero no con los ojos. Yo dejo lo que estoy haciendo y la miro. «¿Estás bien?» «Sí, sí, jaja, estoy bien, tranquila, no tiene importancia». Y con esas palabras noto cómo se abre una grieta tremenda entre las dos, porque no puedo ayudarla si ella prioriza evitar el conflicto ante encarar este problema como lo que es. Y lo entiendo. Porque, como le dé la importancia que tiene, como me hable de cómo se siente, del asco y la rabia y el miedo, como admita que habría que hacer algo, igual alguien (el jefe, un cliente) se entera, y eso no puede ser, no, eso sería lo peor. No va a ser ella quien dé la nota. Eso es lo que nos han enseñado: a encubrir a los agresores, a hacer como que no pasa nada, a sonreír pase lo que pase. Y ellos lo saben. Y por eso siguen enseñándonos el pene, o mirándonos el culo descaradamente, o preguntándonos si estamos casadas, en el contexto de un encuentro entre profesionales como era la feria en la que estábamos trabajando. Y sí, todas estas cosas ocurrieron en aquel evento.

«¿Cómo que se os enseña a no denunciar?» «Qué tontería.» «Entonces vosotras también tenéis la culpa, por callaros.» Cuántas veces hemos oído afirmaciones de este tipo, e incluso nos hemos encontrado estando de acuerdo con ellas, ¿verdad? ¿Por qué nos callamos?

Uno de los stands de prensa de la feria. Ésta es la publicación elegida para colocarla en vertical como reclamo.
Uno de los stands de prensa de la feria. Ésta es la publicación elegida para colocarla en vertical como reclamo.

Hace unos días hablé con un conocido mío, un chaval de 16 años. En su instituto habían tenido una charla sobre feminismo y me lo estaba contando. Su relato comenzaba aclarándome que ya sabía que las mujeres somos asesinadas, violadas, acosadas e insultadas por ser mujeres. Él entendía que esto es un problema que debe ser resuelto. Sin embargo, hizo un apunte: «Pero algunas feministas son muy extremistas, y además también hay mujeres que odian a los hombres». Yo le pregunté si alguna vez alguna chica le había hecho sentir acosado por la calle, o miedo de ser violado. Él me respondió que no, pero que había una chica en su clase que odiaba a los chicos y que eso tampoco podía ser. Le pregunté qué acciones tomaba esa chica contra ellos. «Nos mira fatal», fue su respuesta.

Hemos alcanzado tal punto de ceguera y aceptación social de la desigualdad, que un adolescente (¡que admite la existencia del machismo!) por un lado llama exageradas a las feministas, pero por otro se siente agredido porque una chica «le mira mal». Parece que se nos olvida que el feminismo jamás ha matado a nadie, pero que todos los años el machismo se salda con un escandaloso número de víctimas. Con los datos y estadísticas con los que contamos a día de hoy, debería resultar impensable comparar el machismo con el feminismo, y aun así, se hace. En tertulias, en declaraciones de políticos, en el trabajo, se dice que las feministas, que denunciamos con datos en la mano una violencia sistemática ejercida contra la mitad de la población, exageramos. Con este punto de partida, ¿con qué cara vas a quejarte a tu jefe de que un cliente te ha acosado? ¿Cómo le explicas a un adolescente que tocar el culo a una chica sin su permiso es una agresión? ¿Cómo señalas que son distintos escalones de la misma escalera, si por denunciar lo que hay en la cima se genera una reacción defensiva así de blindada y validada?

Porque a ver qué es eso de mirarles mal. Lo que nos hace falta es sonreír más, tener un poquito de sentido del humor. No les gusta que no nos tomemos el machismo a la ligera. Cuando dejamos de sonreír, incomodamos. Quién no se ha visto forzada a roltar una risita resignada ante un chiste machista, o ante un comentario fuera de lugar, para evitar las consecuencias de no hacerlo. Dejar de sonreír es para nosotras un acto de desafío, porque significa dejar de normalizar las pequeñas agresiones diarias y cuestionarlas. Y a nadie le gusta que le cuestionen.

La mejor forma de mantener una opresión es normalizarla. De esta manera, no sólo se consigue la colaboración de los propios oprimidos, sino que además cualquier voz que la desafíe es desacreditada. Por eso a las feministas se nos tacha de amargadas, de exageradas, de locas – todos insultos relacionados con nuestro carácter, y no con la veracidad de las afirmaciones que ponemos sobre la mesa. Se nos dice que «vemos machismo en todas partes», pero es que hay machismo en todas partes. Y precisamente por esto cuesta tantísimo esfuerzo validar cada una de las denuncias sociales que se hacen desde el feminismo: porque no sólo tienen que ser discutidas (como cualquier cuestión de esta naturaleza), sino que además tienen que enfrentarse a otros mil obstáculos más como la burla, la deslegitimación o la insistencia en que «no es para tanto».

Porque hija, qué exagerada eres a veces. No son agresiones, son piropos. No son insultos, son bromas. No es machismo, es educación. No es delegar casi todas las tareas del hogar en tu esposa, es ayudarla en casa. No es control, es protección. No es violencia de género, es amor. No son hombres homicidas, son mujeres muertas. Y si todo esto te molesta es porque estás hilando demasiado fino, así que no pongas esa cara de cabreo y sonríe, que estás más guapa. Sonríe, que la igualdad ya está alcanzada. Sonríe, coño.

Publicado en: http://www.revolutionontheroad.com/2016/12/06/sonr%C3%ADe-co%C3%B1o